Esto significa ser pacientes hasta el final
Mostrándose obediente aún después de morir, se escuchó la voz de Acacio responder: “¿Acaso es posible, padre, que muera uno que ama tanto los sacrificios de la obediencia?”.
Un amigo mío, el padre Juan el Sabaíta —un hombre puro que siempre hablaba con la verdad—, me relató algunos sucesos dignos de ser compartidos con ustedes. Esto fue lo que me contó:
«En el monasterio en donde yo vivía, en Asia, había un anciano que tenía fama de perezoso e indisciplinado, pero no digo esto para juzgarlo, sino para dar fe de una verdad que muchos conocieron. Este anciano tenía un discípulo, un joven monje llamado Acacio, quien era un poco simple con el espíritu, pero juicioso con la mente. Acacio era tan paciente con el anciano, que a muchos les parecía inverosímil que alguien pudiera soportar tanto, porque el anciano lo atormentaba de forma atroz cada día, no solamente con improperios y ofensas, sino que muchas veces hasta lo golpeaba cruelmente con su bastón.
Pero la paciencia de Acacio era tozuda. Varias veces, al encontrármelo, sabiendo cuánto sufría, me acerqué a él y le pregunté: “¿Cómo va todo, hermano Acacio? ¿Están bien?“. Y él, con toda inocencia, me enseñaba un ojo morado, o la espalda llena de cardenales, o dos o tres chichones en la cabeza… Yo solía responderle, con un suspiro: “Veo que todo está bien, hermano… Que tu paciencia te sea de provecho”. Así las cosas, luego de nueve años de tormentos y paciencia, Acacio partió al Señor. Cinco días después del entierro, el anciano que tanto había hecho sufrir al pobre monje fue a visitar a un renombrado stárets de la región, y le contó: “Ha muerto el hermano Acacio, padre…”. Al escuchar esto, el stárets respondió: “¡La verdad, hijo, es que no te creo!”, mientras negaba con la cabeza. El otro replicó: “Venga conmigo y verá”.
Ambos se dirigieron al cementerio y, al llegar al sepulcro del malogrado monje, el stárets, como dirigiéndose a uno que está vivo, dijo en voz alta: “¿En verdad estás muerto, hermano Acacio?”. En ese momento, mostrándose obediente aún después de morir, se escuchó la voz de Acacio responder: “¿Acaso es posible, padre, que muera uno que ama tanto los sacrificios de la obediencia?”. Entonces, el anciano, sobrecogido y temeroso, cayó de rodillas al suelo y, derramando abundantes lágrimas, le pidió al stárets que le concediera vivir en una celda cercana al cementerio, en donde habría de permanecer hasta el final de sus días. Y cada vez que alguien pasaba por ahí, exclamaba: “¡Por favor, oren por mí, porque he cometido un asesinato!”. ¡Gloria a nuestro Dios!».
(Traducido de: Proloagele, volumul 1, Editura Bunavestire, p. 417)