Hacer las cosas sin esperar elogios ni recompensas
En las cosas más simples, incluso en las más banales, es posible servir a Dios.
También hay desviaciones en la dirección opuesta: todo resplandece (en el hogar), pero a la persona no le queda tiempo para orar, porque, por ejemplo, aún quiere seguir abrillantando las ollas. Esta no es la manera de hacer las cosas, sino que cada olla, cada plato lavado, cada camisa planchada, cada calceta remendada, todas y cada una de estas tareas tan simples deben hacerse para gloria de Dios, para que Él vea que hemos lavado, que hemos cosido, que hemos planchado o que hemos hecho la cola en el supermercado para Él, para que a Él le agrade nuestra diligencia, para que le agraden nuestra obediencia y nuestra paciencia. Para que Él vea que en cualquier condición o circunstancia le seguimos siendo fieles, y que hemos aprendido de Él lo que es la mansedumbre y la humildad...
Y debemos saber que si hacemos nuestras tareas con honradez, con nobleza y con puntualidad, en todos los detalles, no recibiremos recompensa alguna y nadie nos encomiará. Cuando hagamos algo por nuestra familia, todos entenderán que esa era nuestra obligación.
Y precisamente eso que hacemos no para ser elogiados, sin esperar un ‟gracias”, sino simplemente sabiendo que tenemos que hacerlo, justamente eso tiene valor y eso es lo que Dios aprecia, porque no lo hacemos para que nos aplaudan ni porque nos apetece hacerlo, sino porque es nuestro deber y queremos agradar al Señor. ¿Entendemos cuál es la importancia de todo esto? En las cosas más simples, incluso en las más banales, es posible servir a Dios.
(Traducido de: Cum să biruim iubirea de arginți, Editura Sophia, București, 2013, p. 20)