Cierto día, dos venerables monjes vinieron a visitar al anciano Aquiles de Egipto, y le pidieron que les diera como bendición algo de recuerdo, pero el padre les respondió que no tenía tiempo. Poco después vino a buscarle otro monje, uno que tenía una fama muy mala; viéndole venir, el padre Aquiles salió a su encuentro, sonriendo y bromeando. Más tarde, tejió una cuerda y se la entregó a aquel monje como obsequio. Viendo esto, los dos ancianos que habían venido antes llamaron al padre Aquiles aparte y le preguntaron: “¿Por qué, padre, a nosotros no nos diste nada, pero a éste, que tiene una terrible reputación, le tejiste aquella cuerda y le bendijiste?”.

Sonriendo y lleno de serenidad, el padre les respondió: “No les di nada a ustedes, porque sabía que no se enfadarían. Sin embargo, no podía dejar que aquel hermano partiera con las manos vacías, porque se hubiera entristecido y habría dicho: 'Por causa de mis pecados, el padre no quiere bendecirme'. Por eso, quise evitar que creyera que le estoy juzgando”.

Así pues, la amistad es un estado y una medida espiritual, es la capacidad del hombre de ver el mundo con los ojos de Cristo.

(Traducido de: Savatie Baștovoi, A iubi înseamnă a ierta, Editura Cathisma, 2006, p. 116)