Palabras de espiritualidad

La bondad y la mansedumbre, virtudes que todos tenemos que cultivar

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

En un mundo tan hostil, la mansedumbre es algo que nos revigoriza y nos da paz, como una lágrima luminosa.

En la bondad encontramos la mansedumbre. El hombre bueno es también dócil, es decir que tiene un alma delicada. Todos los que se le acercan sienten una agradable sensación de calor y consuelo, una fuerza benefactora. La mansedumbre es el complemento natural del amor, y también un fruto de este. Menos activa que el amor, la mansedumbre, en su estado normal, no carece de una fuerza creadora, sino todo lo contrario. En un mundo tan hostil, la mansedumbre es algo que nos revigoriza y nos da paz, como una lágrima luminosa.

La bondad, al brotar del amor y pasar por la mansedumbre, se perfecciona en la misericordia y el consuelo. La misericordia consiste en sentir el sufrimiento del otro como si fuera el propio. El consuelo es ese estado interior vinculado con la sed de algo mejor, en el sentido de la lucha por apartar el mal y el dolor, una lucha sin derrota y sin rigor. El consuelo es un estado creador del bien sobre la oscuridad que nos rodea. El consuelo es un medicamento cuya fuente está en nuestra alma y por el cual se practica cualquier acto de caridad.

El consuelo está presente en la bondad, conformándola parcialmente. El hombre bueno siente permanentemente la necesidad de apartar el dolor que seca su alma y sus miembros, y de purifircar el ser toda carga, de hacerlo conocer el gozo de la luz. El hombre bueno conoce y vive en un estado de sed permanente, una sed de enriquecer y embellecer el medio en el cual se le concedió vivir.

(Traducido de: Ernest BerneaÎndemn la simplitate, Editura Anastasia, 1995, pp. 102-103)