La carta-testamento del padre Gerásimo Ilie
“¡También yo, con muchas lágrimas, he orado a Dios por ti y por todos nuestros hermanos, para que el Señor los lleve al camino de la salvación!”.
Habiéndose enfermado, el padre Gerásimo ya no podía oficiar los oficios litúrgicos. Sin embargo, nunca faltaba a la Divina Liturgia. Y se sentaba entre los monjes que cantaban o se mantenía de rodillas, valiéndose de un pequeño cojín.
—¿Por qué no se queda en su celda hasta recuperarse por completo, padre? —le preguntaban los demás monjes.
Y él les respondía:
—Perdónenme, padres, porque soy un pecador. Solamente he venido a participar en la Divina Liturgia. Tal vez sea la última vez en mi vida que puedo asistir a la iglesia. Porque no hay otro oficio que nos sea de más provecho para la salvación, que la Divina Liturgia.
Un día, uno de los monjes más ancianos del monasterio murió. Entonces, el padre Gerásimo les dijo a quienes estaban presentes, con los ojos llenos de lágrimas:
—Sepan, hermanos, que, después del padre Basilio, a mí me corresponde partir de esta vida.
Y, en verdad, el 14 de septiembre de 1933, el muy paciente monje Gerásimo Ilie entregó su alma al Señor, tendido en el ataúd que él mismo había elaborado. En la cabecera se encontró esta carta, dirigida a su hermano menor, quien años más tarde sería un reconocido stárets, el padre Cleopa Ilie:
“Querido hermano Constantino,
Debes saber que a ti Dios te concederá muchos años. Así, te suplico que no te olvides de mí, que soy un pecador, en tus santas oraciones. ¡Porque también yo, con muchas lágrimas, he orado a Dios por ti y por todos nuestros hermanos, para que el Señor los lleve al camino de la salvación!”.
(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie Bălan, Patericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, p. 526)