La contrición nos trae la santidad
El arrepentimiento es algo muy sutil. El verdadero arrepentimiento trae la santificación. El arrepentimiento nos santifica.
La contrición se alcanza también con la Gracia Divina. Lo que tenemos que hacer es movernos suavemente hacia Dios, y de ahí en adelante viene la Gracia. Quizá alguien diga: “Entonces, por la Gracia se hace todo”. Y ocurre aquí exactamente lo que estoy diciendo. No podemos amar a Dios si Dios no nos ama primero. El apóstol Pablo dice: “Pero ahora, después de haber conocido a Dios, o, más bien, de haber sido conocidos por Dios…” (Gálatas 4, 9). Lo mismo sucede con la metanoia, con el arrepentimiento. No podemos arrepentirnos si el Señor no nos concede el don del arrepentimiento. Y esto es válido para todo. Y queda confirmado en aquellas palabras: “Sin Mí no podéis hacer nada” (Juan 15, 5).
Si no hay una razón contundente, un fundamento para que Cristo habite en nuestro interior, el arrepentimiento no vendrá a nosotros. Esas razones, esos fundamentos son la humildad, el amor, la oración, las postraciones, el trabajo por Cristo. Si el sentimiento no es limpio, si no hay sencillez, si el alma mantiene un interés engañoso, entonces la Gracia Divina no viene. Puede suceder que después de habernos confesado no sintamos ningún alivio. El arrepentimiento es algo muy sutil. El verdadero arrepentimiento trae la santificación. El arrepentimiento nos santifica.
(Traducido de: Ne vorbeşte părintele Porfirie – Viaţa şi cuvintele, Traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumeniţa, 2003, pp. 290-291)
