La desesperanza puede ser vencida
“¿Qué quieres de nosotros, enemigo de Dios, tú que fuiste echado del cielo y ahora no eres más que un siervo astuto? No nos lograrás hacer nada, porque Cristo, el Hijo de Dios, tiene poder sobre nosotros, sobre todos. Y tú, maligno, apártate de nosotros. Armados con la Santa Cruz de Cristo, aplastaremos tu cabeza de serpiente”
Tal como el Señor se entristece cuando ve amenazada nuestra salvación, también el maligno sufre cuando ve que el hombre vuelve en sí y renuncia al pecado. Por tal razón, grande es su afán cuando quiere arrastrar al pecador a la desesperanza.
Judas, quien vendió a Cristo, era un pusilánime, además de un inexperto en la lucha; por eso, el maligno, viendo su desaliento, se abalanzó sobre él y lo incitó a ahorcarse. Pero Pedro, la roca fuerte, cuando cayó en el terrible pecado de negar a Cristo, gracias a su experiencia espiritual en la lucha contra el demonio, no cayó en la deseperanza ni perdió el equilibrio, sino que lloró amargamente con un corazón contrito. Viendo esto, el maligno sintió que se quemaba y huyó lejos, lamentándose de dolor.
Esto mismo nos lo enseña el Venerable Antioco, diciendo: «Si la esperanza viene a nosotros, no nos sometamos a ella, sino que, fortaleciéndonos y resguardándonos con la luz de la fe, con valentía digámosle al espíritu impuro: “¿Qué quieres de nosotros, enemigo de Dios, tú que fuiste echado del cielo y ahora no eres más que un siervo astuto? No nos lograrás hacer nada, porque Cristo, el Hijo de Dios, tiene poder sobre nosotros, sobre todos. Y tú, maligno, apártate de nosotros. Armados con la Santa Cruz de Cristo, aplastaremos tu cabeza de serpiente”».
(Traducido de: Sfântul Serafim de Sarov, Cuvinte duhovnicești, Editura Pelerinul român, Oradea, p. 126)