Palabras de espiritualidad

La envidia y la ingratitud con Dios

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

La pequeña veía que sus compañeritos llevaban siempre un gran trozo de torta de polenta, y los envidiaba: “¡Qué merienda tan suculenta comen estos! A mí, mi padre me da solamente un pedazo de pastel...”.

Padre, siento envidia de algunas hermanas (monjas), porque tienen dones que yo no tengo.

—Con todos los dones que Dios te dio ¿y tú sientes envida de los de los demás? Me haces acordarme de la hija de un pastelero de Konitsa (Grecia). Todos los días, aquel hombre le daba un trocito de pastel a su hija, como merienda para la escuela. Pero la pequeña veía que sus compañeritos llevaban siempre un gran trozo de torta de polenta, y los envidiaba: “¡Qué merienda tan suculenta comen estos! A mí, mi padre me da solamente un pedazo de pastel...”. ¡Deseaba la humilde polenta que comían los otros, mientras ella tenía en casa una pastelería entera y podía elegir comer cualquier clase de bizcochos! Traigo esto a colación, para reprenderte por no apreciar los inmensos dones que Dios te dio y envidiar los de los demás.

Debemos ser agradecidos con Dios, nuestro Padre Bueno, Quien concedió a todas Sus criaturas distintos dones, porque Él sabe lo que necesita cada quien y lo que podría dañarle. Sin embargo, muchas veces actuamos como niños pequeños y lloriqueamos porque nuestro Padre no nos dio una o dos monedas, como lo hizo con alguno de nuestros hermanos, olvidando que a nosotros nos dio un billete con mayor valor. Pensamos que lo que Dios nos dio no es nada, porque tomamos aquel billete como un simple papel, y nos dejamos impresionar por el brillo de la moneda en manos de nuestro hermano.

Así es como empezamos a quejarnos y a mostrarnos indignados ante nuestro Buen Padre.

(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Patimi și virtuți, Editura Evanghelismos, București, 2007, p. 122)