Palabras de espiritualidad

La fe y la humildad

  • Foto: Doxologia

    Foto: Doxologia

Translation and adaptation:

“¡Deben saber, hermanos, que no solamente los monjes saben orar! ¡A veces, los laicos más humildes oran mucho más que nosotros, y Dios les responde!”.

Algunas veces, una persona con una fe muy sencilla, aprendida de oídas en la iglesia, puede ser mucho más creyente que un intelectual. El intelectual, ciertamente, puede estar lleno de (grandes) dudas.

El padre Cleopa Ilie relataba algo que le sucedió una vez, mientras se hallaba en el Santo Altar al inicio de la Divina Liturgia. En la iglesia ardía una sola candela. En un momento dado, escuchó que había alguien orando en voz alta. Se acercó al iconostasio y vio que se trataba de una campesina de aspecto muy humilde, quien repetía una y otra vez: “¡Señor, no me dejes! ¡Señor, no me dejes!”. Después de decir esto, la mujer se arrodilló y se postró con la frente hasta el suelo. Seguramente tenía algún problema… El padre Cleopa observó cómo, de improviso, sobre la cabeza de aquella atribulada mujer apareció algo así como una chispa, que luego se convirtió en una corona de luz, que se mantuvo refulgente hasta que la mujer se levantó y salió. Ese día, el padre Cleopa les dijo a los monjes: “¡Deben saber, hermanos, que no solamente los monjes saben orar! ¡A veces, los laicos más humildes oran mucho más que nosotros, y Dios les responde!”.

También yo viví una experiencia extraordinaria. Cuando era profesor en el Seminario, cada verano me llevaba a mis alumnos de excursión, y visitábamos una gran cantidad de monasterios. De hecho, podría decir que en eso consistían nuestros viajes: conocer monasterios. Además, nos alegraba mucho contemplar la belleza de las montañas de la región. En uno de esos viajes llegamos hasta las montañas Retezat, en donde acampamos. Una mañana, cuando aún no había amanecido, alcanzamos a ver una casa muy pequeña, una choza de madera, de cuya chimenea brotaba un delgado hilo de humo blanco. Cuando salió el sol, vimos que en la puerta de aquella humilde casa apareció una anciana. Era un día muy frío. Por las mañanas, el aire en la montaña es tan helado que funciona como un lente, es decir que su transparencia ayuda a ver con facilidad las cosas que están lejanas. Así es como pudimos ver a aquella sencilla anciana. Llevaba un grueso chaleco de lana. Salió de la casa, dio unos pasos y se detuvo. Buscó la dirección del sol y después hizo tres postraciones con gran devoción, persignándose sendas veces. Después hizo una oración que duró unos cinco minutos. Al terminar, se hizo la Señal de la Cruz y volvió a entrar a la choza.

Y pensé: «Mientras en los Cárpatos haya una anciana orando de esta manera cada día, postrándose hasta el suelo, como diciendo “arcilla soy, y arcilla seré”, nuestro pueblo se mantendrá rectamente ante Dios».

(Traducido de: Părintele Gheorghe CalciuCuvinte vii, ediție îngrijită la Mănăstirea Diaconești, Editura Bonifaciu, 2009, pp. 164-165)