La forma de presentar nuestras plegarias al Señor
San Juan Climaco escribe: “La primera parte de nuestra oración debe ser un acto de agradecimiento sincero. Después, la confesión de nuestras faltas y la compunción de nuestra alma, con dolor. Finalmente, podemos presentarle a nuestro Señor lo que queremos pedirle”.
La Madre del Señor nos puede servir de ícono y modelo. Ella responde a la Anunciación del Arcángel con la oración: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios, mi Salvador” (Lucas 1, 46-47). Es una actitud de alegría, eucarística, doxológica. También nosotros, si estamos llamados a ser verdaderamente humanos en nuestra vida interior, tenemos que orar en espíritu de gratitud y reconocimiento. “La oración es un estado de gratitud permanente”, dice San Juan de Kronstadt; y San Juan Climaco escribe: “La primera parte de nuestra oración debe ser un acto de agradecimiento sincero. Después, la confesión de nuestras faltas y la compunción de nuestra alma, con dolor. Finalmente, podemos presentarle a nuestro Señor lo que queremos pedirle”.
Entonces, el orden fundamental de nuestra oración debe ser el siguiente: oración de agradecimiento, de contrición y de petición. No tenemos que empezar confesando nuestras faltas. ¿Por qué? Porque, antes de bajar la mirada a nuestra fealdad interior, lo que tenemos que hacer es presentar nuestra gratitud al Señor, glorificándolo. Por esta razón, el orden del día litúrgico, en el culto ortodoxo, empieza, en el oficio vespertino, con los versos de Salmos 103, que es un himno de reconocimiento por la creación: “Bendice, alma mía, al Señor. Dios mío, qué grande eres. Vestido de esplendor y majestad, arropado de luz... Qué numerosas son, Señor, Tus obras; todas las has hecho con sabiduría”.
(Traducido de: Episcopul Kallistos Ware, Împărăția lăuntrică, Editura Christiana, 1996, pp. 38-39)