Palabras de espiritualidad

La fuerza que nos da nuestra Santísima Madre

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Habiendo vencido a la tierra y al infierno, ella es para nosotros un bastión, quien puede interceder por nosotros y nos puede salvar.

Cuando, al orar, nos dirigimos a la Madre del Señor, tenemos que ser conscientes, más a menudo de lo que somos en realidad, de que cualquier oración elevada a la Madre del Señor significa: “¡Madre, yo he matado a tu hijo! Si me perdonas, podré ser perdonado. Si te abstienes de perdonarme, nada podrá librarme del castigo”. Y es verdaderamente sorprendente cómo la Madre del Señor, en todo lo que nos revela el Evangelio, nos da el coraje necesario para dirigirnos a ella con esas palabras, porque no le podemos decir nada más. Ella es para nosotros la Madre del Señor. Ella es quien trajo a Dios Mismo a nuestra tierra. Por eso es que insistimos en llamarla “Madre del Señor”. Por medio suyo, Dios se hizo hombre. Por medio suyo, Dios nació en nuestra condición humana. [...]

Amamos a la Virgen María: puede que veamos en ella, de una forma totalmente particular, a la Palabra de Dios diciendo —tal como lo expresa el Santo Apóstol Pablo—, “en la debilidad se muestra mi fuerza”. Y vemos a esta delicada virgen de Israel, a esta frágil muchacha, venciendo al pecado, venciendo al infierno, venciendo todos los obstáculos con el poder de Dios que mora en ella. Esta es la razón por la cual, en los períodos de persecución, por ejemplo, cuando el poder de Dios no se muestra sino en la debilidad, la Santísima Virgen María se alza ante nuestros ojos de un modo tan milagroso y con una fuerza extraordinaria. Habiendo vencido a la tierra y al infierno, ella es para nosotros un bastión, quien puede interceder por nosotros y nos puede salvar. Es importante subrayar el hecho de que ella está totalmente de acuerdo con la voluntad de Dios, porque está en completa armonía con la voluntad divina. Esta es la razón por la cual le dirigimos esta invocación reservada solamente a Dios y a ella: “¡Sálvanos!”. Nosotros no decimos: “¡Ora por nosotros!”.

(Traducido de: Antonie Mitropolit de SurojȘcoala Rugăciunii, Sfânta Mănăstire Polovragi, 1994, pp. 77-78)