La Gracia purifica, ilumina y deifica al hombre
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Desde el primer momento en que somos llamados por Dios, la Gracia purificadora e iluminadora —e incluso deificante— obra en nosotros.
Nosotros mismos no ensanchamos nuestro corazón, sino que lo hace la Gracia en nosotros. Si invocamos sin cesar el Nombre de Cristo, la Gracia se acumula en nuestro corazón. Y cuando ese don alcanza determinado nivel, una cierta plenitud, nuestro corazón, de forma natural, se ensancha y abarca los cielos y la tierra.
Desde el primer momento en que somos llamados por Dios, la Gracia purificadora e iluminadora —e incluso deificante— obra en nosotros. La Gracia purifica, ilumina y deifica al hombre.
(Traducido de: Arhimandritul Zaharia Zaharou, Merinde pentru monahi, Editura Nicodim Caligraful, Putna, 2013, p. 186)
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