Palabras de espiritualidad

La humildad no sólo se obtiene con esfuerzo, es también un don de Dios

    • Foto: Bogdan Bulgariu

      Foto: Bogdan Bulgariu

No nos presentemos ante Dios diciendo: “¡Tengo muchas virtudes!”. Él no necesita nuestras virtudes. Presentémonos ante Él como lo que somos, unos pecadores, pero sin caer en la desesperanza.

Acordémonos del profeta Eliseo. Tomó el manto y golpeó las aguas del río para que se separaran, queriendo imitar a Elías, pero no lo consiguió. ¿Por qué? Porque todo lo que hacía, lo hacía sin humildad, con egoísmo. Luego, cuando se humilló y vio que solo no podía hacer nada, pidió con humildad la ayuda de su mentor, el profeta Elías, y entonces recibió el don. Las aguas se separaron y él pudo pasar (IV Reyes 2, 8-15).

Desde luego, se requiere de un poco de esfuerzo, pero es que la humildad más elevada no se obtiene solamente luchando con perseverancia. Es también un fruto de la Gracia. Lo digo por experiencia: todo lo que tengo, lo he recibido de la Gracia. “Si Dios no edifica la casa, en vano se afanan los constructores” (Salmos 126, 1). Cristo nos da todo.

Dicho esto, procuremos hacernos humildes: con la mente, con nuestras palabras, con nuestro comportamiento. No nos presentemos ante Dios diciendo: “¡Tengo muchas virtudes!”. Él no necesita nuestras virtudes. Presentémonos ante Él como lo que somos, unos pecadores, pero sin caer en la desesperanza, sino “confiados en Su misericordia”. Basta con conocer este secreto.

(Traducido de: Ne vorbește Părintele Porfirie – Viața și cuvintele, traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumenița, 2003, pp. 258-259)