La humildad que nos enaltece
Aunque inicialmente el anciano quería huir de las muestras de honra de la gente, más grande fue la gloria que recibió aquella noche. Con esto vino a cumplirse aquella palabra: “El que se humille a sí mismo, será enaltecido” (Lucas 14, 11).
El abbá Juan Colobos contaba cómo un venerable anciano decidió encerrarse en su celda para llevar una vida de asceta. Tan grande era su virtud, que pronto fue conocida por las personas de aquella región, quienes empezaron a buscar la manera de acercársele y demostrarle su fervor. Un día, alguien le anunció al abbá que otro venerable monje quería hablar con él antes de morir, viendo próxima su partida de este mundo. De hecho, le suplicaba que fuera a verle lo antes posible. El anciano pensó: “Si salgo de mi celda a plena luz del día, todas las personas que me conocen me verán y me seguirán. Y sus loas me arrebatarán la paz del alma. Lo mejor, pues, será partir en la oscuridad de la noche, para que nadie me vea”.
Y así lo hizo. Esa misma noche se puso en camino. Pero Dios envió dos ángeles portando sendos cirios, para que lo acompañaran e iluminaran el sendero que debía seguir. Como era de esperarse, las personas de la localidad vieron tan sublime milagro y comenzaron a venir en gran número para seguirle. Entonces, aunque inicialmente el anciano quería huir de las muestras de honra de la gente, más grande fue la gloria que recibió aquella noche. Con esto vino a cumplirse aquella palabra: “El que se humille a sí mismo, será enaltecido” (Lucas 14, 11).
(Traducido de: Patericul, ediția a IV-a, revizuită, Editura Reîntregirea, Alba-Iulia, 2004, pp. 109-110)