Palabras de espiritualidad

La infidelidad y sus estragos en la familia

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

La caída exterior es antecedida por una caída interior: el alejamiento de Dios, el rechazo a cargar con la cruz de la confianza y la fidelidad, asumida en el casamiento. La plenitud del arrepentimiento, alcanzada no sólo con la confesión, sino también con el perdón del otro, consiste en el renacimiento de la unidad espiritual, que sólo el Señor puede otorgar.

No hay peor infortunio para una familia, que la infidelidad cometida por alguno de los esposos. Se trata de un golpe fatal, como una grieta que crece en el fondo de una embarcación, amenazando con hundirla en cualquier momento. Desde luego, nuestra conciencia recibe cientos de llamados de alerta, porque esa caída no ocurre nunca inmediatamente. Y es que la caída exterior es antecedida por una caída interior: el alejamiento de Dios, el rechazo a cargar con la cruz de la confianza y la fidelidad, asumida en el casamiento.

Esas “caídas” no tienen el mismo significado... Por ejemplo, una cosa es que el esposo, bajo la influencia de alguna bebida alcohólica, pierda no sólo el discernimiento sino también su conciencia, y caiga en este pecado, casi sin notarlo. Porque, despertándose, se dará cuenta del terrible error que ha cometido y se arrojará de rodillas frente a su esposa, maldiciendo el momento en que aceptó salir de copas con sus amigos.

Y otra cosa es cuando el hombre reconoce, en su fuero interior, que sus sentimientos hacia su esposa se han debilidado, que ha perdido sus intereses familiares vitales, que no hay más comunión real con su mujer, y comienza a anhelar una “felicidad” dudosa, en “un país lejano” —cual si fuera el hijo pródigo— y empieza a buscar un alma que le entienda, que comparta con él sus penas... Hasta que finalmente la encuentra y, “como señal de agradecimiento”, comete el mortal pecado del adulterio, consumando aquella apostasía interior. Quien así actúa, difícilmente se arrepiente. Solamente la contrición sincera y profunda puede rehacer la armonía inicial, para entrar de nuevo en la unión y la afinidad salvadoras, que son la base del matrimonio..

No hace falta dar más detalles sobre el tercer caso de infidelidad, cuando el esposo cínicamente se arroja a los brazos de una seductora, con tal de satisfacer sus deseos animales, hasta llegar a hacer de su falta un estilo de vida. Esta clase de adúlteros se reserva el derecho de seguir actuando así. Bien, este último caso presupone la completa destrucción del Sacramento del Matrimonio, porque ¿cómo podría seguirse hablando de la presencia unificadora del Dios Vivo en los corazones de los cónyuges, cuando éstos se hallan completamente entregados al deseo, al desenfreno, a la sensualidad?

El segundo caso es más doloroso, porque, repito, primero se mata el dominio espiritual, para después caer, materialmente, en el pecado.

Si el que ha sido infiel es cristiano, se dará cuenta inmediatamente de que ha cometido un pecado mortal, al haberse dejado atrapar por la ignorancia de Dios. Y sucede que semejante peso, semejante tormento, termina abarcando todo su ser, de tal forma que comenzará a verlo todo negro... Mas, impulsado por sus convicciones religiosas, se arrepentirá y, simultáneamente, resucitará en él el sentimiento del deber, de la responsabilidad para con el ser amado y su conciencia le hará volver al camino angosto y difícil que lleva a la reconstrucción de la unidad con el Creador. La plenitud del arrepentimiento, alcanzada no sólo con la confesión, sino también con el perdón del otro, consiste en el renacimiento de la unidad espiritual, que sólo el Señor puede otorgar.

El primer caso descrito es el menos grave, de acuerdo a sus consecuencias, y la esposa debe tener la suficiente sabiduría, comprensión y valor para entender, aceptar y perdonar a su esposo... Porque ninguno de nosotros está libre de caer en tal tentación: a cualquiera podría ocurrirle. El demonio es poderoso, y la debilidad humana es muy grande.

(Traducido de: Cum să întemeiem o familie ortodoxă: 250 de sfaturi înțelepte pentru soț și soție de la sfinți și mari duhovnici, traducere de Adrian Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, București, 2011, pp. 146-148)