En cierta ocasión, vino a buscarme un hombre para contarme que tenía problemas con su esposa. De hecho, se acababan de separar y no se podían ni ver. Ambos eran maestros y tenían dos hijos. Conversando con toda franqueza, me contó también que, por cuestiones de trabajo, ni él ni ella habían tenido tiempo alguna vez para comer en familia. Por la noche, cada uno cenaba en un restaurante distinto y les llevaban algunos bocadillos a sus hijos. Estos, al ver llegar a sus padres a casa, corrían a hurgar en sus respectivos portafolios, para ver qué les habían traído para cenar. Realmente, aquella familia atravesaba una situación dramática.
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