Palabras de espiritualidad

La “culpabilidad” y la “justicia” en el matrimonio

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

En cierta ocasión, vino a buscarme un hombre para contarme que tenía problemas con su esposa. De hecho, se acababan de separar y no se podían ni ver. Ambos eran maestros y tenían dos hijos. Conversando con toda franqueza, me contó también que, por cuestiones de trabajo, ni él ni ella habían tenido tiempo alguna vez para comer en familia. Por la noche, cada uno cenaba en un restaurante distinto y les llevaban algunos bocadillos a sus hijos. Estos, al ver llegar a sus padres a casa, corrían a hurgar en sus respectivos portafolios, para ver qué les habían traído para cenar. Realmente, aquella familia atravesaba una situación dramática.

Aquel hombre también cantaba en el coro de su parroquia. ¡Ah, pero, como era de suponerse, su esposa asistía a otra iglesia! ¡A tal nivel habían llegado!

Padre, ¿qué puedo hacer? Cargo con una cruz muy pesada. ¡No hay día en el que no terminemos discutiendo!

¿Has hablado de esto con tu padre espiritual?, le pregunté.

Sí, pero me dijo que tuviera paciencia, que en verdad mi cruz es grande...

Bien. ¡Veamos quién es el que carga con la cruz más pesada! Después de casarse, ¿discutían como lo hacen ahora?

No. Los primeros ocho años nuestro amor fue muy grande. Adoraba a mi esposa más que al mismo Dios. Pero, después de un tiempo, ella cambió... Empezó a quejarse por todo y se llenó de caprichos.

¡Atención! ¡Dijo que adoraba a su esposa más que a Dios!

¡Espera un poco! Acabas de decir que adorabas a tu esposa más que a Dios. Luego, ¿quién es el culpable de haber llegado a esta situación? ¿Tu esposa... o tú? ¡Tú! ¡Y por tu culpa Dios le quitó Su Gracia a tu esposa. ¿Qué piensas hacer ahora?, le pregunté.

Creo que vamos a divorciarnos...

¿No te habrás metido con otras mujeres?

Sí, hay una en la que estoy pensando...

¿Es que no entiendes que el culpable eres tú? Lo que debes hacer es lo siguiente: en primer lugar, tienes que pedirle perdón a Dios, por haber adorado a tu esposa más que a Él. Posteriormente, irás a pedirle perdón a ella, diciéndole: “¡Perdóname por haber creado esta situación en nuestro hogar y por haber hecho sufrir a nuestros hijos!”. Después de esto, irás a confesarte y volverás a adorar a Dios de forma debida, amando a tu esposa como lo que es: tu esposa. Si haces esto, verás que todo se arreglará.

Le hizo bien esa sacudida. Empezó a llorar. Me prometió hacer lo que le acababa de recomendar. Algún tiempo después, me sorprendió con su visita. Se le veía muy feliz. Me dijo:

¡Gracias, Padre, por haberme salvado! Ahora estamos bien, en paz, al lado de nuestros hijos.

¿Ven? ¡Él era el culpable, y aún así se quejaba de tener una cruz muy pesada!

(Traducido de: Sfântul Cuvios Paisie Aghioritul, Cuvinte duhovniceşti. Volumul IV.Viața de familie, Editura Evanghelismos, București, 2003, pp. 56-57)