Palabras de espiritualidad

Aprendiendo a amar y ser pacientes

    • Foto: Benedict Both

      Foto: Benedict Both

Amar como es debido significa poder tener paciencia. Esta es una tarea infinita.

La mente de cada uno de nosotros puede bloquearse en algún momento y, usualmente, nos perturbaremos porque no hallamos una solución ante semejante situación. Sin embargo, tanto esta como otras complicaciones requieren de mucha reflexión interior antes de ser expresadas con palabras. Cualquier intervención por parte del otro en esta agitación interior, con preguntas insistentes como: “¿Vas a decirme qué te pasa?”, “Hay algo que te preocupa...” o “Si no quieres hablar, cosa tuya...”, constituye un motivo de enojo y una evidente falta de educación.

La certeza de que sabemos muy pocas cosas de nuestro cónyuge, a pesar de llevar ya varios años casados, es uno de los principales motivos que me llevaron a escribir estas cartas. No lo olvidemos, ni nos hagamos pretensiones exageradas...

Desde luego que tenemos derecho a saber algunas cosas sobre nuestro compañero de vida, “justo ahora”. Lo mismo puede decir él/ella. Sin embargo, hay muchas más cosas que necesitan de tiempo para poder pasar el puente de la comunicación entre nosotros. Por eso, amar como es debido significa poder tener paciencia. Esta es una tarea infinita. De lejos vuelvo a escuchar al tamborilero que toca siempre la misma melodía: ¡el camino al cielo es largo y duro! Lo mismo ocurre con el arte de comunicarnos entre nosotros. No obstante, si insistimos en aprenderlo, es posible que sintamos, en algún momento, una de las emociones más fuertes; será, entonces, el momento cuando podremos comunicarnos sin palabras, “en silencio”. Será un momento maravilloso. Y podremos dar largos paseos a la orilla del mar, sintiendo que nuestras almas participan de los mismos sentimientos en una comunicación silenciosa. De hecho, las palabras dejarán de tener sentido y nuestros corazones se alegrarán en paz.

Voy a compartirles la oración que trato de repetir antes de cada homilía. Su autor fue un sabio profesor, quien conocía el valor de las cosas que se dicen y el peso de las que no se dicen. Talvez sea de provecho para la vida en común de nuestros fieles: “Pon, Señor, un guardián en mi boca y una puerta segura alrededor de mis labios”.

(Traducido de: Charlie W. Shedd, Scrisori Caterinei, Editura Bizantină, București, p. 64-65)