Palabras de espiritualidad

La Madre del Señor, el ícono vivo y personal de la Iglesia

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

En todos los hogares ortodoxos hay un lugar especialmente ataviado con íconos, en el cual el ícono de la Madre del Señor se encuentra, junto con el de Cristo, en un especial sitio de veneración. Los ortodoxos honramos estos íconos, besándolos después de hacer una inclinación. 

El Tercer Concilio Ecuménico (celebrado en Éfeso) le dio un fuerte impulso a la difusión de la veneración a la Madre del Señor en la Iglesia. Otro concilio, el Cuarto, que tuvo lugar en Nicea (en 787), generó, especialmente en los países orientales, una gran influencia sobre el desarrollo del culto a los íconos, en general, y a los íconos de la Madre del Señor, en especial.

La Madre del Señor es representada, en general, en la concha del ábside de las iglesias, sobre el santo altar, con su divino Hijo en brazos, sosteniéndolo sobre sus rodillas, simbolizando que por medio suyo se materializó el plan de salvación, mismo que dio frutos por primera vez y completamente en ella. Ella es, así, el ícono personal de la Iglesia.

En la parte frontal del iconostasio, a la derecha y a la izquierda, están representados la Santísima Virgen María, en la escena de la Anunciación, y el Arcángel Gabriel. La Anunciación marca el momento de la encarnación de Cristo y representa una forma de portal del misterio de la salvación (por eso está pintada también en las Puertas Reales). La Dormición de la Madre del Señor está pintada justo sobre estas puertas, como una prefiguración del destinio celestial de la Iglesia entera.

En todos los hogares ortodoxos hay un lugar especialmente ataviado con íconos, en el cual el ícono de la Madre del Señor se encuentra, junto con el de Cristo, en un especial sitio de veneración. Los ortodoxos honramos estos íconos, besándolos después de hacer una inclinación, siguiendo las indicaciones del Séptimo Concilio Ecuménico: “Quien no bese los íconos, ¡sea anatema!”.

A partir de todo lo escrito hasta aquí, podemos concluir que la devoción ortodoxa a la Madre del Señor se caracteriza por su enraizamiento dogmático en el mismo misterio de la encarnación salvadora; todas las manifestaciones de esta devoción expresan, al mismo tiempo, un sentido de lo sacro y de admiración ante la obra de Dios, así como un profundo afecto inspirado por la fe segura de que todo el tiempo estamos rodeados por el amor y la protección de nuestra Santísima Madre.

(Traducido de: Părintele Placide DeseilleCredința în Cel Nevăzut, Editura Doxologia, 2013, p. 172)