La Madre del Señor es mi consuelo y mi alegría
“¿Qué sientes tú cuando oras a la Madre del Señor?”
El padre (Dumitru) Stăniloae le preguntó cierta vez a uno de sus alumnos: “¿Qué sientes tú cuando oras a la Madre del Señor?”. No sé qué respondió aquel estudiante, pero sí sé qué debería haber respondido.
Quienes comulgamos de los divinos Misterios y recitamos las oraciones de agradecimiento después de la Eucaristía, al llegar a la quinta de aquellas oraciones, dirigida a la Madre del Señor, decimos: “Santísima Señora mía, Madre de Dios, tú eres la luz de mi oscura alma, mi esperanza, mi protección, mi consuelo y mi alegría”, y continuamos con lo que queremos pedirle.
Luego, ¿qué le decimos a la Madre del Señor? ¿Qué palabras le dirigimos? “Santísima Señora mía, Madre de Dios, tú eres la luz de mi oscura alma, mi esperanza, mi protección, mi consuelo y mi alegría”. Así, cada uno de nosotros debería poder decir que la Madre del Señor es su Señora, su esperanza (sentimos mucha más esperanza cuando sabemos que también la Madre del Señor ora por nosotros), su protección (es decir, su benefactora), su consuelo y su alegría. Esta es la ventaja que tenemos los cristianos ortodoxos, a diferencia de quienes no honran a la Madre del Señor, aunque tampoco la deshonren. Debemos diferenciar entre el que deshonra o insulta, y el que no honra, no venera. Sin embargo, ¡hay tantos indiferentes ante la Madre del Señor!
Esta es la ventaja que tenemos frente a ellos: no podríamos creer en nuestro Señor Jesucristo y ser indiferentes ante la Madre del Señor. ¡Es imposible! Al menos en nuestra Iglesia, que honra debidamente a la Madre del Señor.
(Traducido de: Arhimandritul Teofil Părăian, Daruri din darurile primite, Editura Andreiana, 2009, p. 214)