Palabras de espiritualidad

La maldición de los padres puede destruir la vida de los hijos

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

El mayor tesoro para una persona es recibir la bendición de sus padres. Asimismo, en la vida monacal lo mejor que te puede pasar es recibir la bendición de tu stárets.

Es importante saber que la maldición de los padres se incrusta con facilidad. Lo mismo pasa con su enfado. Aunque los padres no maldigan a su hijo y “solamente” sientan animadversión por él, estarán consiguiendo que éste no tenga ya días serenos y que su vida se convierta en un tormento. El pobre hijo sufrirá mucho en esta vida. Naturalmente, encontrará consuelo en la vida eterna para lo que esté pagando en esta. Así se hace realidad la palabra del anciano Isaac: “Cómete algo del infierno”, es decir que podemos mermar algo de los tormentos del infierno con nuestros sufrimientos en esta vida. Porque también nuestros sufrimientos en esta vida acortan los del infierno. Es decir, cuando las leyes espirituales trabajan, algo del infierno se reduce, disminuyen sus tormentos.

Los padres que maldicen a sus hijos, se los están prometiendo al mismísimo demonio, otorgándole derechos sobre ellos. “Ustedes me los prometieron”, dice éste.

En Farasa (Capadocia, Turquía) había una familia. Tenían un hijo pequeño que lloraba mucho y por esta razón, el papá a cada instante “lo mandaba al demonio”. ¿Qué fue lo que pasó? Que una vez, cuando aquel hombre maldijo así a su hijo, Dios hizo que el pequeño desapareciera de su cuna. Entonces, la mamá corrió a buscar a un religioso (efendi), y le dijo:

Bendíceme, señor... ¡los demonios se llevaron a mi hijo!

El efendi se fue con la señora, hizo algunas oraciones y poco después apareció el niño.

Sin embargo, aquel fenómeno seguía sucediendo. La pobre mamá decía::

Bendíceme, efendi, ¿hasta cuándo va a seguir ocurriendo esto?

A mí no me cuesta venir. ¿Te resulta difícil irme a buscar? Finalmente, el demonio se cansará y dejará en paz a tu hijo.

Desde entonces dejó de desaparecer el niño. Cuando éste creció, la gente le puso de apodo “cara de diablo”. Y es que perturbaba a todos los vecinos. ¡Cuánto sufrió mi propio padre con aquel muchacho! Iba a buscar a alguno y le decía: “¿Ya oíste lo que R. dice de ti?”. Después iba a buscar a R. y le decía lo mismo, pero de otro. ¿Qué lograba con todo esto? Que todos los vecinos se pelearan entre sí. Cuando finalmente se daban cuenta de que el culpable era el muchacho, corrían tras él para atraparlo y castigarlo. Pero, no sé cómo, éste invertía las cosas y conseguía que la gente le terminara pidiendo perdón. ¡De tal forma lo utilizaba el maligno...! Dios hizo que los demás entendieran lo que pasaba y dejaran de caer en sus engaños. Ahora, cómo lo va a juzgar Dios, ése es otro tema. Personalmente, creo que tiene algunas circunstancias atenuantes.

El mayor tesoro para una persona es recibir la bendición de sus padres. Asimismo, en la vida monacal lo mejor que te puede pasar es recibir la bendición de tu stárets. Por eso, se dice: “¡Busca la bendición de tus padres!”.

Me acuerdo de una señora, madre de cuatro, que vino a quejarse conmigo.

Moriré de tristeza... ¡Ninguno de mis hijos se ha casado! ¡Ore por ellos, Padre!

Viendo que se trataba de una viuda, sentí compasión por ella. Entonces me puse a orar, una y otra vez. Pero, nada... Entonces pensé “Aquí está pasando algo extraño”.

Nos hicieron alguna brujería, decían los muchachos.

No, no es nada de eso. A ver, ¿alguna vez los ha maldecido su propia madre?, les pregunté.

Sí, Padre, respondieron ellos. Cuando éramos pequeños solíamos cometer muchas tropelías. Y nuestra mamá nos repetía una y otra vez: “¡Ojalán se quedaran como trozos de leña!”.

Vayan y espabilen a su mamá, les dije. Que se arrepienta y se confiese, ¡y que desde este momento les dé solamente sus bendiciones!

Luego de un año y medio ya todos estaban casados. Parece que aquella pobre viuda no tenía mucha paciencia con sus hijos, cuando éstos se comportaban como granujas. Por eso fue que los maldijo... ¡y qué efecto tuvieron sus palabras!

(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Cuvinte duhovniceşti. Volumul I. Cu durere și dragoste pentru omul contemporan, Editura Evanghelismos, București, 2012, pp. 105-107)



 

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