Palabras de espiritualidad

La mansedumbre y el ejemplo personal, los mejores métodos educativos

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Lo mejor es ofrecer tu propio ejemplo de vida. Si tu hijo sabe hablar, no es porque tú le hayas enseñado a hacerlo, sino porque te escuchaba y así fue aprendiendo. Lo mismo sucede con tus actos. Entonces, ¡sé ejemplo, que es lo más importante!

Cómo método, la mansedumbre sigue siendo el mejor, porque, si utilizas siempre la severidad, tu hijo te obedecerá por temor, sin aprehender la esencia de lo que le quieres enseñar. Pero algo distinto sucede si eres flexible, diciéndole: “Hijito, mira...” En otras palabras, lo que pretendo es que mis hijos me sigan obedeciendo incluso después de mi muerte, cuando digan : “Mira, Señor... ¡justo lo que decían papá y mamá!”. Pero si eres demasiado estricto con él, se quejará, le dolerá tu actitud y, encima, dejará de obedecerte. Entonces, como método, la mansedumbre, siempre. Pero esto no significa que no debas corregirlo cuando sea necesario, porque el niño siempre querrá hacer lo que quiere, no lo que necesita. Pero, insisto, lo mejor es que le enseñes con tu propio ejemplo de vida. Si tu hijo sabe hablar, no es porque tú le hayas enseñado a hacerlo, sino porque te escuchaba y así fue aprendiendo. Lo mismo sucede con tus actos. Entonces, ¡sé ejemplo, que es lo más importante! Ante todo, sé perspicaz. Explícale de una forma sencilla las cosas de Dios. Enséñale a orar.

Recuerdo que estando en los primeros años de la escuela primaria, recibí un premio por alguna actividad académica. Para aquella ocasión, me aprendí un poema escrito por mi hermana mayor, que decía más o menos así:

Hermosa florecita,

¿quién te ha dado la vida,

y el bello color que luces?

Quien a ti te los dio,

también a mí me creó.

¡Él es tu Padre

y el mío también,

y Dios es Su nombre!”

Me acuerdo también cómo cada noche, en casa, veía a nuestra oveja doblar la pata, antes de echarse. Entonces le preguntaba a mi madre: “¿Por qué hace eso, mamá?”. Y ella me decía: “¡Mi hijo, es que se está arrodillando ante Dios!”. Luego, ¿por qué yo, hombre, no habría de hacer lo mismo?

(Traducido de: Părintele Arsenie Papacioc, Despre armonia căsătoriei, Ediţie îngrijită de Ierom. Benedict Stancu, Editura Elena, Constanţa, 2013, pp. 71-72)