La mente en el infierno y la esperanza en Dios
San Antonio les preguntó a sus discípulos: “¿Cuál es la principal virtud que debemos tomar en cuenta?”. Y le respondieron: “la humildad”, “la templanza”, “la pureza”, etc. Entonces, él les dijo: “¡No, hermanos, es el buen juicio!”.
Padre, ¿usted le teme a la muerte?
—¡Oh, querido mío, no puedo afirmar que tenga la certeza de mi salvación! Sería un gran error. Me temo que no podré salvarme, pero aún así conservo la esperanza. “¡Señor, soy sincero contigo!”. Porque, hermanos, a nuestra edad ya es normal que debamos partir al Señor. Y no nos salvaremos por nuestras acciones, sea lo que sea que hagamos. Solamente por Su misericordia. ¡Entonces, la mente en el infierno y la esperanza en Dios, como decía San Siluano! Me gusta esa palabra. Esperanza en el Señor. Esperanza en la salvación del mundo. ¡Pero, en nuestro caso, como monjes, tenemos muchas posibilidades…!
San Antonio les preguntó a sus discípulos: “¿Cuál es la principal virtud que debemos tomar en cuenta?”. Y le respondieron: “la humildad”, “la templanza”, “la pureza”, etc. Entonces, él les dijo: “¡No, hermanos, es el buen juicio!”. Porque, por amor puedes abrazar a un niño hasta matarlo. Amor sin buen juicio.
Hermanos, no hagamos cosas que nos atribuyamos a nosotros mismos para la salvación. Hagamos el bien de corazón. Elijamos callar siempre, porque con la lengua se suele atacar la Providencia de Dios, que es permanente, y no nos damos cuenta de que ella siempre está ahí. ¡Dios siempre está atento! Y todo lo que digamos es como si quedara grabado. Es mejor cerrar la boca y hacer nuestras tareas. ¡Si logramos vencer ese espíritu de vanidad, de orgullo, es que estamos en el camino a la salvación!
Recordemos al stárets que le ordenó a su discípulo: “¡Llévate esa roca a otro lugar!”. Era una piedra enorme y pesada, imposible de cargar por una sola persona. “¡Ponla a un lado!”. Y el discípulo obedeció y la levantó, llevándosela a otro lado. ¿Era posible hacer eso con sus propias fuerzas? No, pero lo consiguió. Luego, no se mide la obediencia con tu propia fuerza. La obediencia puede superar las fuerzas del hombre. ¡Esto es algo que muchas veces no se puede explicar!
(Traducido de: Ne vorbeşte Părintele Arsenie, vol 2, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 16-17)