La miopía del alma
¡Dichoso de aquel que sabe despreciar lo dulce de este mundo! Porque su felicidad no tendrá final.
Intentemos sanarnos de nuestra miopía espiritual y dejemos de preocuparnos sólo por las cosas de este mundo. Busquemos la forma de discernir, con los ojos de nuestra mente, lo que nos espera mañana —la vida eterna— y levantemos el corazón a la Patria celestial.
Se trata, en verdad, de una miopía sin par la de nuestra inmortal alma, esa de ver solamente el presente, lo que es palpable, lo que podemos percibir por medio de los sentidos y que corresponde sólo a algunas sensaciones físicas, y olvidarnos de la vida futura, esa “que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó”, que son las bondades que nuestro Bondadosísimo y Sapientísimo Dios ha preparado para quienes le aman (1 Corintios 2, 9).
¿Somos conscientes de todo lo que nos priva esa miopía, a la cual nos entregamos voluntariamente? ¡Nos pegamos, como si fuéramos moscas, a las dulzuras del mundo y no queremos desprendernos de ellas! ¡Dichoso de aquel que sabe despreciar lo dulce de este mundo! Porque su felicidad no tendrá final.
(Traducido de: Sfântul Ioan de Kronstadt, Viaţa mea în Hristos, Ed. Sophia, Bucureşti, 2005, pp. 224-225)