Palabras de espiritualidad

La misericordia de Dios, un don que tenemos que agradecer

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Actualmente, la labor sacerdotal y el trabajo de los médicos tendría que ser un tesoro de misericordia, para poder sanar a los demás.

«Al entrar en una aldea, salieron diez leprosos a su encuentro, que se detuvieron a distancia y se pusieron a gritar: “Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros”. Al verlos, les dijo: “Id a presentaros a los sacerdotes”. Y mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, al verse curado, volvió alabando a Dios en voz alta. y se echó a los pies de Jesús, dándole gracias».

La teología rural está comprendida en esta oración: “Dios (Jesucristo), al entrar en una aldea…”. Sí, hace algún tiempo, Dios entraba con más frecuencia en nuestras aldeas, en nuestras ciudades, en nuestras casas rurales, en las casas de la ciudad. Y era esperado con ansiedad, haciendo sombra con la mano sobre los ojos, tratando de divisarlo viniendo en la distancia. Hoy en día, en las callejuelas de las aldeas nadie espera a Dios. A veces se puede ver a algún anciano esperando la llegada del cartero, que le habrá de traer lo que queda de su jubilación, si la tiene. Antes, todas esas cosas no existían, pero había otras, buenas, santas y bellas. 

En el pasaje evangélico mencionado vemos un grupo de leprosos que, implorando misericordia, sale al encuentro del Señor. Curiosamente, no piden ser sanados. Hubiera sido mejor que le pidieran a Jesús “¡Señor, sánanos, líbranos de este terrible sufrimiento!”. No, ellos dijeron: “¡Jesús, maestro, ten compasión de nosotros!”.

Actualmente, la labor sacerdotal y el trabajo de los médicos tendría que ser un tesoro de misericordia, para poder sanar a los demás. Las palabras: “Misericorida quiero, no sacrificios” (Mateo 9, 13) pueden ser traducidas así, para nuestra vida diaria: “Que vuestro sacrificio sea la misericordia”. De los diez leprosos que recibieron la misericordia divina, es decir, que fueron sanados, solo uno volvió a donde estaba Jesús, para decirle: “¡Gracias!”. ¡Y era un forastero! Por eso, se convirtió en un hombre nuevo, en tanto que los otros nueve siguieron siendo unos atormentados, como dice San Juan Crisóstomo: “Sufren el tormento aquellos que, habiéndoseles concedido lo que pedían, no son capaces de agradecerlo”. (...)

En el Antiguo Testamento encontramos una profecía realmente sobrecogedora: “La alegría de corazón es un festín perpetuo” (Proverbios 15, 15).

(Traducido de: Preotul Sever NegrescuFărămituri de cuvinte  lecturi evanghelice pentru Duminici, ediția a II-a, Editura Doxologia, Iași, 2011; pp. 188-191)