La oración brinda milagros a nuestra vida y a la de aquellos por quienes oramos
Cuando veas que te preocupa algo que no se puede resolver humanamente, sin dejarlo en manos de Dios, debes saber que se trata de una artimaña del maligno para que te alejes de la oración, por medio de la cual Dios te podría enviar no solamente fuerza espiritual, sino poderes espirituales. La ayuda que te da la oración no es un simple auxilio divino, sino un milagro de Dios.
Me molesta mucho cuando veo monjes que actúan humanamente, obviando orar para que Dios los ayude en determinados asuntos, difíciles de resolver como humanos. Porque Dios puede resolverlo todo. Cuando alguien realiza algo espiritual, de manera correcta, entonces con la misma oración puede levantar monasterios, los puede llenar con lo que es absolutamente necesario y ayudar al mundo. No es ya necesario trabajar, sino tan sólo orar. El monje debe intentar que ciertos problemas no le causen dolores de cabeza, sea que se trate de asuntos personales o los de algún semejante, sea que se trate de la situación general; lo que debe hacer es orar y obtener mucha más fuerza espiritual por medio de la ayuda de Dios. Tal es el trabajo del monje, y si éste no lo entiende, su vida carece de sentido.
Por eso, el monje debe saber que cualquier intranquilidad viene de parte del maligno, intentando encontrar soluciones humanas a los problemas que enfrenta. Cuando veas que te preocupa algo que no se puede resolver humanamente, sin dejarlo en manos de Dios, debes saber que se trata de una artimaña del maligno, para que te alejes de la oración, por medio de la cual Él te podría enviar no solamente fuerza espiritual, sino poderes espirituales. La ayuda que te da la oración no es un simple auxilio divino, sino todo un milagro de Dios. Pero en el momento en que empezamos a intranquilizarnos, le impedimos a Dios intervenir. Ponemos la lógica en primer lugar y no a Dios y Su divina voluntad, que podría llevarnos a recibir la ayuda divina. El maligno intenta, robando con maestría el amor del monje, atraparlo en un “amor” terrenal, en un enfrentar mundanamente todos los problemas y en un servicio puramente humano a su semejante. Mientras que él, como monje, tiene la posibilidad de moverse en un espacio propio, en su especialidad de “transmisor”, porque esta es también la empresa que Dios le dio. Todo lo demás, todo eso que hacemos de acuerdo a nuestros esfuerzos humanos, está en un nivel inferior.
Por eso, es mejor que el monje ayude a los demás con su oración, que con sus propias palabras. Si no puede detener a alguien de actuar mal, que lo ayude desde lejos, con su oración; de lo contrario, hasta él podría verse afectado. Una oración buena, hecha desde el corazón, tiene más fuerza que miles de palabras, cuando los demás no quieren escucharnos.
En mi caso, aunque hay algunos que dicen que ayudo a los que vienen a verme, yo creo les sirvo mejor leyendo una hora y media el Salterio. Lo otro es algo más sencillo, es decir, que vengan a contarme sus aflicciones para que los aconseje. Insisto, no creo que con ésto los ayude de gran manera. La oración es lo que ayuda. Estoy convencido que si dedicara todo mi tiempo a orar, ayudaría de mejor forma a los demás. Supongamos que cada día vienen a verme unas doscientas personas. ¿Sólo doscientas personas sufren en el mundo? Si no recibiera a nadie y orara por todo el mundo, entonces los estaría recibiendo a todos. Por eso, les digo, “Yo quiero hablarle a Dios de Ustedes, y no a Ustedes de Dios. Así es mejor, aunque no lo entiendan”.
No descuidemos la oración en estos tiempos tan difíciles, porque ella es un seguro, es comunión con Dios. ¿Qué dice el Anciano Isaac (el Sirio)? “Dios no nos preguntará por qué no oramos, sino por qué no supimos mantenernos en relación con Cristo, dejando que el maligno nos atormentara” (Cita extraída de: Sfântul Isaac Sirul, „Cuvinte ascetice”, Cuvântul 42, p. 219).
(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Cuvinte duhovnicești. Volumul II. Trezvie duhovnicească, traducere de Ieroschimonah Ștefan Nuțescu, ediția a II-a, Editura Evanghelismos, București, 2011, pp. 350-352)