La primera virtud que los padres deben sembrar en el corazón de sus hijos
Es de parte de la mamá —y no del maestro de religión— que el niño debe recibir sus primeras guías religiosas; junto a la madre, no en la escuela, el pequeño debe aprender cada día las oraciones del cristiano ortodoxo. Al menos así solía ser en las familias verdaderamente piadosas.
Analicemos este asunto desde un punto de vista cristiano, para poder explicar más claramente los vicios y problemas que debemos enfrentar y qué virtudes debemos utilizar en ese afán.
De acuerdo a lo que se nos dice en el libro de Sirácida, “el temor de Dios es el comienzo de la sabiduría” (1, 16); así pues, la primera virtud que los hijos deben sembrar en el corazón de sus retoños es el temor de Dios, la devoción, la piedad.
Sin embargo, ¿por qué los padres, especialmente las mamás, deben educar a sus hijos en el temor de Dios? Porque la devoción se manifestará en la edad adulta, sólo si su fundamento ha sido puesto en el corazón del niño, sólo si desde sus primeros años de vida la persona fue instruída en la oración y en las demás expresiones de la piedad.
El niño recibe, de su mamá, los consejos y demás impresiones de carácter religioso, “alimentándose” con ellos, junto a la leche materna benefactora. Todo eso que se recibe en la edad más frágil, se convierte en hábito para toda la vida. Así, si en el curso de los años la persona se ve atacada por los vicios y tentada por el dañino ejemplo de otros, regresará fácilmente al camino correcto, si en la infancia recibió una buena formación religiosa. En las personas que, aunque fueron educadas en la devoción y piedad cristianas, con el tiempo llegaron a degradarse moralmente, a menudo se enciende con fuerza el recuerdo de los inocentes años de su infancia; como las oraciones simples que aprendieron de los labios de su mamá... Se acuerdan, también, de las lecciones, consejos y exhortos que escucharon aún desde el vientre materno, y el recuerdo de esos días felices no pocas veces consigue hacerlas volver del camino del pecado, al seno de la Iglesia.
De todo esto se extrae la enorme felicidad que representa, para el niño, el tener una mamá piadosa que le instruya en la fe y en la devoción cristianas.
Es de parte de la mamá —y no del maestro de religión— que el niño debe recibir sus primeras guías religiosas; junto a la madre, no en la escuela, el pequeño debe aprender cada día las oraciones del cristiano ortodoxo. Al menos así solía ser en las familias verdaderamente piadosas.
(Traducido de: Sfântul Vladimir, Mitropolitul Kievului, Despre educație, Editura Sofia, 2006, pp. 79-81)