La reparación no consta en el perdón obtenido sólo para nuestro confort personal
Las emociones pueden desnaturalizar la verdadera rectificación del que se ha equivocado; el perdón no debe buscarse sólo por un sentimiento de mero confort personal.
Cuando hemos ofendido a alguien y nos damos cuenta que hemos errado, muchas veces acudimos a esa persona y le expresamos nuestro arrepentimiento. Y cuando la conversación se torna emocional, lloramos, pedimos perdón, utilizamos palabras profundas y después nos vamos con el sentimiento de haber hecho todo. Hemos llorado juntos, nos hemos reconciliado y ya todo está bien. Pero no es así. En absoluto. Simplemente nos hemos encantado con nuestras propias virtudes, mientras que la otra persona, probablemente por su bondad o indulgencia, ha reaccionado a nuestra escena emocional. Pero esto no soluciona el daño hecho. Nadie nos pidió llorar, ni acudir desesperadamente a quien ofendimos. Lo que se espera de nosotros es, habiendo entendido el daño provocado, un cambio.
Y es que la reparación no se termina aquí, sino que debe llevar más lejos el proceso de nuestra transformación. Ciertamente, la enmienda comienza, pero no termina nunca. Es un movimiento progresivo que nos lleva a ser, poco a poco, eso que deberíamos ser, hasta que, después del día del Juicio, esas categorías de “caída”, “rectificación” y “enmienda” desaparecerán, dando lugar a las categorías de la nueva vida.
(Traducido de: Arhiepiscop Antonie Bloom, Living Prayer, Fletcher & Son Ltd, Norwich, 1966 (pp. 66 -67)