La respuesta que Él espera de cada uno de nosotros
Siempre y en todo momento es el tiempo para responder: “¡Aquí estoy, Señor!”, al llamado de Cristo. Entonces, bien podemos afirmar que el hombre (la higuera, en lenguaje codificado), tiene que estar siempre listo, siempre dispuesto para Cristo. Y esto consiste en estar todo el tiempo alerta, con el bastón en la mano, con las sandalias puestas, dispuesto a salir al camino, a la acción, preparado siempre para dar una respuesta afirmativa, para dar frutos.
La Parábola de la higuera debe ser sometida a un tratamiento análogo, entendiendo que tiene que ser interpretada no según las reglas de la justicia natural y de los valores axiológicos elementales, sino al nivel de las proposiciones espirituales alegóricas. Sí, es injusto pretender que la higuera (o cualquier otro árbol) dé frutos fuera de tiempo, pero la injustica cesa si entendemos que, de hecho, se trata de ser o no ser útiles a Dios, de responder o no a Su llamado. La parábola no nos habla, pues, de un árbol o de sus frutos, sino del hombre mismo, el cual no tiene una excusa válida para rechazar a su Creador o para decirle: “No tengo tiempo” o “Aún no es el momento”. Los plazos, las fechas, las condiciones, las cláusulas, todo eso es declarado nulo absolutamente. Al llamado de lo Alto únicamente se puede responder con un “Aquí estoy” o un “Sí, Señor”. Las motivaciones, aunque parezcan humanamente plausibles, no son tomadas en cuenta. No tenemos permitido esquivar el llamado, aunque tengamos que ir a enterrar a nuestro padre o a terminar nuestras responsabilidades domésticas, ni para correr al huerto a ver cómo va la cosecha, ni para poner a prueba los bueyes que recién compramos, ni para no separarnos de la mujer con la que hace poco contrajimos matrimonio.
Siempre y en todo momento es el tiempo para responder: “¡Aquí estoy, Señor!”, al llamado de Cristo. A este nivel, en este plano, no se puede juzgar según lo que nos enseña lo profano de la lógica jurídica. Ahí, los plazos, los intervalos, los intervalos, las épocas, los períodos son perfectamente válidos. Aquí, todo eso es insignificante e injustificante. Los frutos de la higuera —producto de la naturaleza— están sometidos a los ciclos de producción, pero la devoción del creyente no conoce de plazos y pausas. La interpretación alegórica se impone: la higuera es el hombre, y la higuera infértil es el hombre que no da frutos, porque es frío, duro y cerrado a los llamados celestiales. Las reacciones del “robusto sentido común” no tienen nada qué buscar en la lectura de las fórmulas de la espacio-temporalidad (que son volteadas completamente), ni en tratar de descifrar los códigos espirituales. Por esta razón, bien podemos afirmar que el hombre (la higuera, en lenguaje codificado), tiene que estar siempre listo, siempre dispuesto para Cristo. Y esto consiste en estar todo el tiempo alerta, con el bastón en la mano, con las sandalias puestas, dispuesto a salir al camino, a la acción, preparado siempre para dar una respuesta afirmativa, para dar frutos.
(Traducido de: Nicolae Steinhardt, Dăruind vei dobândi, Cuvinte de credință, Editura Mănăstirii Rohia, 2006, pp. 39-40)