Palabras de espiritualidad

La Santa Comunión comprende en sí misma al Creador del mundo entero

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Nuestro Señor Jesucristo, después de librarnos de la esclavitud de los egipcios, cubrió Su divino y refulgente Ser con Pan y Vino, para que no nos asustara la indescriptible Gloria Divina. No hay nada más maravilloso que ese Misterio que comprende en sí mismo al Creador del mundo entero. Quien es la manifestación de toda la perfección, como dice David: “¡Grande es el Señor y muy alabado, porque Su grandeza no tiene final!”.

Cuando Moisés descendió del Monte Sinaí, después de haber visto a Dios, los hebreos no conseguían verle el rostro debido al resplandor que brotaba de él, con rayos como de sol. Por eso, Moisés debió de cubrirse la cara con un manto, para poder hablar a los demás. Así hizo también el Rey Celestial, nuestro Señor Jesucristo después de librarnos de la esclavitud de los egipcios: cubrió Su divino y refulgente Ser con Pan y Vino, para que no nos asustara la indescriptible Gloria divina.

¡Oh, inmensa entrega e indescriptible benevolencia! ¡Oh, fuente eterna y felicidad inefable! ¡Con razón te enorgulleces, Madre de Sión y te alegras de esta entrega que te viene del Cielo, tan digna y maravillosa! ¡Ésta es tu belleza y tu atavío! ¡Es justo levantar riquísimas moradas, con preciosos altares y mesas valiosísimas, vistiendo las paredes con terciopelo y planchas de oro, embelleciéndolo todo en honor y devoción a estos Sagrados Misterios! Porque no importa cuán caro sea el ornamento, porque es debido. Lo que hagas, poco es, o más bien nada, en comparación con lo que deberías hacer. Sobre todo porque haces lo que sabes hacer y debes hacerlo, aún sin llegar a ensalzar la dignidad de este Pan, que tiene en sí mismo el honor y se lo da a los demás, sin recibir de ellos casi nada, sino que por medio de él se honran y santifican los sacerdotes, altares y sagrarios. Y lo maravilloso es que este misterio comprende en sí mismo a Aquel que creó al mundo y es abismo insondable de toda la perfección, de acuerdo a lo que dijo David, “¡Grande es el Señor y muy exaltado, porque Su gloria no tiene fin!”.

(Traducido de: Agapie Criteanul, Mântuirea păcătoșilor, Editura Egumenița, 2009, pp. 364-365)