La verdadera obediencia que nos lleva a la salvación
“¡La paz de Dios esté contigo, hijo! ¡Sin mayor esfuerzo has alcanzado la salvación!”.
Cerca de la celda del anciano vivía un monje al que todos conocían por su actitud un poco más pasiva, más indolente con las labores de obediencia. Un día, este monje cayó enfermo y su salud se deterioró rápidamente. Y, a pesar de que se presentía que pronto iba a morir, los demás ascetas notaron, no sin asombro, que el monje se mantenía en un estado de constante optimismo y alegría. Entonces, queriendo aleccionar a todos los hermanos de aquella pequeña comunidad de ascetas, el anciano le dijo al monje enfermo: “Hermano, todos sabemos que nunca has sido muy laborioso. ¿Cómo, entonces, se te ve tan feliz, teniendo tan próximo el paso a la eternidad?”.
Y el enfermo respondió: “Tiene razón, padre. Pero, créame, desde que fui tonsurado, no creo haber juzgado ni condenado a ninguno de mis semejantes, ni haber murmurado contra nadie. Y si en algún momento tuve algún conflicto con alguien, siempre busqué la forma de reconciliarnos lo antes posible. Por eso, padre, siento que podré decirle a Dios: Señor, Tú nos ordenaste que no juzgáramos a nadie, para no ser juzgados también nosotros… ¡Además, nos dijiste que, si perdonamos al otro, también nosotros seremos perdonados!”.
Al escuchar esto, el anciano le dijo: “¡La paz de Dios esté contigo, hijo! ¡Sin mayor esfuerzo has alcanzado la salvación!”.
(Traducido de: Cuvinte folositoare ale sfinților bătrâni fără de nume, Ed. Doxologia, Iași, 2009, p. 192)