Los malos pensamientos que nos atormentan en las festividades importantes
En las fiestas grandes, Cristo, la Madre del Señor y los Santos celebran también, felices, reparten bendiciones y dones espirituales a las personas. En este mundo, los padres honran el día de nacimiento de sus hijos, los reyes perdonan a algún condenado cuando nace el heredero real... ¿Cómo no habrían de celebrar, entonces, también los santos? Por eso, el maligno, conocedor de todo esto, envía malos pensamientos para que las personas no reciban tales dones espirituales y no se alegren, ni reciban ningún provecho de esa festividad.
Padre, ¿por qué usualmente en las fiestas grandes nos vienen malos pensamientos?
—¿No lo sabías? En las fiestas grandes, Cristo, la Madre del Señor y los Santos celebran también, felices, reparten bendiciones y dones espirituales a las personas. En este mundo, los padres honran el día de nacimiento de sus hijos, los reyes perdonan a algún condennado cuando nace el heredero real... ¿Cómo no habrían de celebrar, entonces, también los santos?
Seguro que la alegría que ofrecen a los hombres dura mucho tiempo, para que sus almas obtengan el mayor provecho posible. Por eso, el maligno, conocedor de esto, envía malos pensamientos para que las personas no reciban tales dones espirituales y no se alegren, ni reciban ningún provecho de esa festividad. Sucede, por ejemplo, en muchas familias, que cuando todos se han preparado para comulgar, el astuto les susurra distintos pensamientos para que se enfaden entre ellos, para que no comulguen y para que ni siquiera vayan a la iglesia.. De tal manera complica las cosas el diablo, que finalmente todos pierden la ayuda divina.
Lo mismo puede observarse en nuestra vida monástica. Muchas veces el maligno, sabiendo que en determinada festividad obtendremos enorme provecho espiritual, ya desde las vísperas comienza a enviarnos malos pensamientos, para arruinar toda nuestra buena disposición espiritual.
A veces nos induce a discutir con nuestro hermano, para luego entristecernos y herir nuestra alma. De tal forma impide que obtengamos beneficio espiritual, glorificando a Dios en la festividad respectiva. El Buen Dios, sin embargo, cuando observa que no hemos sido nosotros los que hemos dado lugar a que el maligno nos induzca tales pensamientos, nos ayuda. Y obtenemos, entonces, un mayor beneficio cuando vemos con humildad el error cometido y no culpamos a nuestro hermano, ni al mismo diablo, porque, de todas formas, ese es su oficio: sembrar escándalos y provocar maldades, mientras que el hombre, como ícono de Dios, debe irradiar tan sólo paz y bondad.