El pecado de las injurias
Aquel niño, tartamudo, cuando insultaba resultaba tan gracioso, que todos los que le escuchaban no podían más que echarse a reír.
Fui testigo una vez de una escena tristemente grave. Una joven pareja de esposos gozaba viendo cómo su pequeño hijo, de tan sólo cuatro años de edad, sabía ya insultar e injuriar repitiendo el nombre del maligno. Aquel niño, tartamudo, cuando insultaba parecía tan gracioso, que todos los que le escuchaban no podían más que echarse a reír. ¡Cuánta irresponsabilidad por parte de esos padres! En lugar de enseñarle al niño cómo evitar pronunciar el nombre del astuto, porque es el nombre más peligroso, indirecta e involuntariamente le hacían el peor de los daños a su hijo. He visto, con pesar, el mismo hábito en muchas otras personas: insultar, maldecir, repitiendo una y otra vez el nombre ese nombre, enviando “al demonio” casas, muebles, animales, personas, ropa, todo lo que se les atraviese en el camino. Haciendo esto, lo que estás realizando no es más que desear el mal. En lugar de pronunciar que cada cosa sea de Dios, es decir, que Dios sea parte de ella, tú mismo estás venerando al maligno.
¡Qué gran irresponsabilidad insultar e injuriar de esta manera!
(Traducido de: Arhim. Ioachim Pârvulescu, Sfânta Taină a Spovedaniei pe înțelesul tuturor, Editura Albedo, 2005, p. 66)