Ofender al otro, ofendiéndonos a nosotros mismos
Quien mantiene constante su temor de Dios, no se alegra ofendiendo a los demás, ni se regocija con las cosas ajenas u ocultas, ni se alegra con las caídas de los demás.
Aquel que se deleita ofendiendo a su semejante, a sí mismo se perjudica. Porque, quien ofende a otro, a sí mismo se ofende. Tal individuo no es sino uno que vive para la carne, un prisionero de las redes del mundo.
El que ofende suele caer también en la difamación y en el odio. Y quien comete esto se asemeja a un asesino, al más cruel e inmisericorde de los seres. Al contrario, quien mantiene constante su temor de Dios, no se alegra ofendiendo a los demás, ni se regocija con las cosas ajenas u ocultas, ni se alegra con las caídas de los demás. Luego, aquel que se acostumbra a ofender a sus semejantes es digno de toda compasión. ¿Y hay algo peor que esta miseria? Por eso, también el Apóstol Pablo, hablando de las cosas que están lejos del camino del cristiano, junta los difamadores con los salteadores: “Ni los difamadores, ni los salteadores heredarán el Reino de Dios” (I Corintios 6, 10).
(Traducido de: Sfântul Efrem Sirul, Cuvinte şi învăţături vol 1, Editura Bunavestire, Bacău, 1997, p. 87)