Las fiestas pascuales en tiempos del Covid-19
Vivimos unos tiempos especiales; no me atrevería a llamarlos “duros”. Tiempos duros fueron los que vivieron nuestros abuelos cuando tuvieron que ir a combatir a la guerra. Hoy, Dios pone nuestra fe a prueba. Hay muchos retos en estos días del Covid-19.
Uno de esos retos es la disolución de nuestra atención y de nuestro poder de concentración. Somos incapaces de concentrarnos de forma normal y continua. Simplemente, no podemos hacerlo. Obligados a permanecer en casa, no nos sentimos capaces de leer veinte o treinta páginas de un libro y después reflexionar profundamente, en silencio y soledad, sobre lo que hemos leído.
Otra prueba que Dios nos envía en este ayuno pascual del año 2020, es la relacionada a la soledad y la depresión. En plena era de lo digital, nos arriesgamos a convertirnos en simples mónadas. Vivimos en un mundo atestado de personas solas. Nos comunicamos entre nosotros superficialmente y evitamos enérgicamente todo lo que implique comunión. Nos hallamos con el alma desierta y la mente vacía. No tenemos ninguna fuerza interior para hacerle frente a los demonios de la crisis. Algunos llegan a un paso del suicidio. Otros, con una fantástica autoestima y expectativas “normales”, consultan con su terapeuta...
¿Qué podemos hacer? Al menos para mí, está claro que la solución no es una milagrosa. Es algo que viene de nuestra parte, y me refiero a todos. Es una solución espiritual. En esencia, es algo que nos solicita reactivar nuestras ancestrales técnicas de entrenamiento de la atención, la concentración, la oración y la meditación. El mundo occidental, profundamente secular, las ha redescubierto en la fórmula sincrética del misticismo oriental, o en una insólita versión de la noética y de las prácticas de tipo New-Age. Los necesarios ejercicios de concentración, meditación y relajación son practicados incluso en la oficina o mientras se consume el almuerzo. Nosotros (aún) no hemos llegado a ese punto.
Felizmente, tenemos a mano la espiritualidad ortodoxa, en las enseñanzas del Paterikon y con las prácticas hesicastas de la Filocalia. Nos falta el maestro, pero cada uno encontrará el que merezca. La Ortodoxia (rumana) nos pide que (re)descubramos (también) las virtudes ya olvidadas de nuestro cristianismo. Pienso primero en la simplicidad. Después, en la disciplina interior. Sin esta, jamás podrá haber un orden social, organización y eficiencia. El principio es simple: lo que haya en ti, en tu alma y en tu mente, inevitablemente se irradiará a los demás. El rigor y la lucidez son otras dos virtudes olvidadas que podríamos reactualizar hoy en día con éxito.
La aparición del Covid-19 nos obliga a reflexionar sobre cómo vamos a celebrar las fiestas del ciclo pascual. Es el momento de entender con mayor profundidad el significado del ayuno y del Domingo de Ramos, de la Ascensión y del Pentecostés (...). Todo esto, sumado a otras hermosas tradiciones de nuestra cultura popular —injustamente apartadas en la era de la globalización— le da un sentido a la vida, refinando nuestro gusto por el misterio y lo inefable. Todo culmina asumiendo personalmente el drama de la Crucifixión, la muerte y la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, la suprema hierofanía, como la definía nuestro Mircea Eliade.
Es el momento de poner nuevamente los pies sobre la tierra, pero manteniendo la cabeza dirigida al Cielo. ¡Agradezcámosle a nuestro Buen Dios por las pruebas que nos envía, anhelando recibir de Él solamente lo que nos sea verdaderamente de provecho!