Las manzanas de la Madre de Señor
En ese instante ambos cayeron de rodillas y, entre lágrimas, comenzaron a orar con agradecimiento a la Madre del Señor por aquel presente.
«... Cuando finalmente alcanzaron la cima del Monte Athos, entraron a la Ermita de la Transfiguración. Un dulce aroma a manzanas llenaba el aire de la pequeña capilla. Entonces vieron que justo frente al ícono de la Madre del Señor había un par de aquellas frutas. Su hojas todavía parecían frescas y verdes, como si las frutas acabaran de ser cortadas.
Dijo el stárets José (el Asceta):
—Padre Arsenio, ¡ayúdeme a entender cómo es posible encontrar manzanas frescas en febrero...! (Aún era invierno y, además, se hallaban en la parte más alta del Santo Monte).
En ese instante ambos cayeron de rodillas y, entre lágrimas, comenzaron a orar con agradecimiento a la Madre del Señor por aquel presente.
Al terminar de orar, tomaron aquellas manzanas y las comieron con regocijo, maravillados por lo dulce de su sabor. Fue entonces cuando entendieron lo que sucedía. ¡El Señor estaba velando por aquellos dos siervos Suyos! Tiempo después, el stárets evocaría: “Nunca olvidaré el gusto de aquellas manzanas. Jamás había comido nada tan grato y dulce”.»
(Traducido de: Arhimandrit Efrem Filotheitul, Stareţul meu Iosif Isihastul, Editura Evanghelismos, pp. 152-153)