Las oraciones que refrescan el alma y la alimentan
Las oraciones litúrgicas, que tienen un propósito y un orden, cuando son leídas con atención y lucidez, se hacen nuestras.
El aburrimiento es una desgracia para el monje. ¿Qué puedo decirles? Yo de esto no sé nada... Me gozaba con los oficios litúrgicos. No me obligaba a mí mismo, no sabía hacer nada a la fuerza. Al contrario, si es posible, podría escuchar hoy lo mismo, y también mañana y los demás días. Todo tiene un valor. No me cansa repetir lo mismo todo el día, cada día. Y creo que esto es muy útil. ¡Los oficios litúrgicos diarios tienen tanto “zumo”, que refrescan el alma y la alimentan! Lo mismo es válido para todos: entreguémonos con todo el corazón a Cristo.
Recuerdo que un Viernes Santo, estando en la Policlínica, me puse a repetir la oración “Soberano, Señor Jesucristo, Dios nuestro, Tú que soportaste pacientemente...” ante el Crucificado. La leía y la vivía. Al día siguiente, en la sección de cirugía, el profesor me dijo, frente a todos los estudiantes:
—¡Qué hermosa oración, padre! Usted debe ser un santo...
—No soy un santo, pero, porque quiero llegar a serlo, le estaba pidiendo a Dios Su misericordia para que me ayude, y mi alma estaba muy conmovida. Soy un hombre muy pecador y lo que usted vio fue solamente cosa de Cristo. ¿A que no es una “obra maestra” esa oración? ¡Por eso es que les recomiendo una y otra vez que la lean! —le respondí.
Las oraciones litúrgicas, que tienen un propósito y un orden, cuando son leídas con atención y lucidez, se hacen nuestras. El canon de la Santa Comunión, incluso cuando es leído por el más pecador de todos los hombres, lo santifica. Así es como se trabaja en lo espiritual, sin darnos cuenta. El hombre se aparta de su “yo” viejo. Lo desconecta, casi sin mayor problema. No lo enfurece, sino que lo inutiliza. Y es entonces cuando el hombre nuevo empieza a crecer en su interior.
(Traducido de: Ne vorbeşte părintele Porfirie – Viaţa şi cuvintele, Traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumeniţa, 2003, pp. 279-280)