Las puertas que nos unen con el Cielo
La fe es la puerta que se abre hacia Dios y nos une con Él; el amor es la puerta que se abre hacia el prójimo, hacia el amor a nuestro semejante.
En cierto lugar, el Santo Apóstol Pablo dice de nosotros que somos —que debemos ser— “casa del Espíritu Santo” (I Corintios 6, 19). Esta casa ha de tener dos puertas: la fe y el amor. La fe es la puerta que se abre hacia Dios y nos une con Él; el amor es la puerta que se abre hacia el prójimo, hacia el amor a nuestro semejante. Estas dos puertas deben estar siempre abiertas: por una tenemos que recibir, por la otra tenemos que de dar. La vida del creyente debe asemejarse a un canal con dos bocas. Por una de ellas fluye hacia nosotros la Gracia y la fuerza del Cielo, y por la otra debe verterse este don hacia nuestro prójimo, por su amor y su salvación. Esto es lo que decía el Señor acerca del hombre creyente: “de su corazón brotarán ríos de agua viva” (Juan 7, 38). Las bocas de este canal deben permanecer siempre abiertas y siempre en plena corriente; es decir, por un lado debemos recibir sin cesar el don y la fuerza celestiales, y por el otro dejar que este don se derrame al servicio de Dios, para la salvación de nuestro prójimo.
(Traducido de: Preotul Iosif Trifa, Mai lângă Domnul meu, Editura Oastea Domnului, Sibiu, 2003, p. 78)
