Las reliquias de nuestros santos no son ídolos
Honrando a los santos, honramos también a Dios, así como Él Mismo nos dijo: “El que los recibe a ustedes, me recibe a Mí, y el que me recibe a Mí, recibe al que me envió” (Mateo 10, 40).
Honramos la santidad que demostraron en vida y les pedimos, con nuestra veneración, que nos ayuden a alcanzar esa misma santidad. No veneramos las reliquias en sí mismas, como restos físicos, sino la Gracia del Espíritu Santo que mora en ellas. Los mandamientos de Dios en el Antiguo Testamento prohibían venerar ídolos, porque en esos tiempos la gente creía que en los ídolos vivía el mismo Dios. Nosotros, los ortodoxos, no “adoramos” las reliquias, porque la adoración es algo que debemos sólo a Dios, y no porque creemos que en ellas habita el mismísimo Dios, sino solamente Su Gracia (Su energía). En consecuencia, honrando a los santos, lo honramos también a Él, así como Cristo nos dijo: “El que los recibe a ustedes, me recibe a Mí, y el que me recibe a Mí, recibe al que me envió” (Mateo 10, 40).
La Iglesia de Cristo ha honrado, desde los primeros siglos, las reliquias de los mártires, conservándolas con devoción y edificando iglesias en su honor, muchas veces sobre el mismo sitio del martirio. Más tarde, se decidió poner un fragmento pequeño de alguna reliquia en la Santa Mesa y en el Santo Antimensión, uso que se mantiene aún en nuestros días. Y esto, porque la Iglesia de Cristo tiene como cimiento la sangre de los mártires.
(Traducido de: Părintele Damaschin Grigoriatul, Minunile ‒ mărturie a dreptei credinţe, traducere de Părintele Grigore Konispoliatis, Editura Areopag, București, 2012, pp. 119-120)