Las virtudes de nuestra Madre Celestial
¡Oh, si la bondad divina me ataviara también a mí, a pesar de ser un pecador, por las oraciones de Su Purísima Madre! ¡Si me perfumara también a mí, impuro como soy! ¡Para Dios todo es posible!
Dios, Quien atavió el cielo con estrellas, ¿no habría de adornar aún más hermosamente su Cielo espiritual con la Santísima Virgen, Madre de Dios? Él, Quien dio esplendor a la tierra con muchas y diversas flores, haciéndolas emanar fragancias incomparables, ¿podía acaso no embellecer también a Su Madre en la tierra con las muchas y variadas flores de las virtudes, para que de ella brotaran las más delicadas fragancias espirituales?
Así, nuestra Señora se convirtió en Cielo y Trono de la Divinidad, ataviada con todos los esplendores y todas las fragancias, más allá de cualquier aroma terrenal. ¡Oh, si la bondad divina me ataviara también a mí, a pesar de ser un pecador, por las oraciones de Su Purísima Madre! ¡Si me perfumara también a mí, impuro como soy! ¡Para Dios todo es posible! “Aunque sus pecados fueran como la grana, quedarán blancos como la nieve; y aunque fueran rojos como la púrpura, serán como la lana blanca” (Isaías 1, 18).
(Traducido de: Sfântul Ioan din Kronstadt, Viaţa mea în Hristos, Editura Sophia, Bucureşti, 2005, p. 243)
