Los auténticos frutos de la virtud y el sufrimiento
Las virtudes también están sometidas a la relatividad y no se vuelven eficaces sino cuando son puestas al servicio del Bien divino y practicadas en el nombre de Cristo.
La paradoja es explicable: las virtudes también están sometidas a la relatividad y no se vuelven eficaces sino cuando son puestas al servicio del Bien divino y practicadas en el nombre de Cristo. Dicho de otra manera, los vegetarianos, los abstemios, los que practican la continencia sexual, los afanosos y los que sufren de insomnio pueden poner sus méritos a disposición del demonio. Al éxtasis pueden llegar tanto el monje cuando practica la oración del corazón como el hombre que depende de la heroína. Pero el Señor nos alertó de todo esto, cuando dijo que el demonio puede tomar el aspecto de un ángel de luz.
Del otro lado del espejo —si se le puede llamar así— pasa lo mismo: no cualquier sufrimiento es válido. El mal ladrón —que fue crucificado al lado de nuestro Señor— no sufrió menos que el otro, pero tampoco le fue de utilidad. La virtud y el sufrimiento, así pues, perviven en condición de sumisión a la relatividad de lo terrenal: tienen validez únicamente por medio de su propósito.
¡La misma Eucaristía! Los frutos de la Santa Comunión reflejan el estado en que te encuentres al acercarte a ella: para bien, para ayudarte a sanar de cuerpo y alma, para el perdón de tus pecados y la vida eterna, llenándote de júbilo, salud y fervor, o para mal, para tu propia condenación.
Henry de Montherlant, en Port-Royal: “Hay un sufrimiento que no es fructífiero, un sufrimiento muerto, que arrastra en su muerte todo cuanto el alma encuentra a su alrededor...”. ¡Pero, atención! Si crees que es suficiente con conocer el sufrimiento para salvarte, te engañas rotundamente.
En vano sufres, si estás fuera de la Iglesia. No te será de ningún beneficio. ¿Cuántos herejes se pusieron en riesgo de morir? ¿Cuántos no buscaron la muerte, y ahora arden en el fuego eterno? El demonio también tiene sus propios mártires.
(Traducido de: Nicolae Steinhardt, Jurnalul fericirii, Editura Mănăstirii Rohia, Rohia, 2005, p. 242)