Los niños aprenden de sus padres el bien o el mal, para toda la vida
Deben educar a sus hijos, pero sin limitar su formación y cultura a la sabiduría de este mundo. Ellos deben aprender, al mismo tiempo, la sabiduría divina y la verdad suprema.
“En verdad les digo: Ninguno que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o campos por mi causa y por el Evangelio quedará sin recompensa. Pues, aun con persecuciones, recibirá cien veces más en la presente vida en casas, hermanos, hermanas, hijos y campos, y en el mundo venidero la vida eterna.” (Marcos 10, 29-30).
Verdadera es la palabra del Señor. Les aseguro que cuando he confiado mis hijos al Señor, Él los ha cuidado. Así fue como crecieron también en devoción, algo que seguramente yo no hubiera sido capaz de conseguir por mis propios medios. Y luego Dios me dio multiplicó por cien el número de hijos míos. Me dio también a los de ustedes. Me dio sus corazones, porque sé cuánto me aman ustedes y yo les devuelvo mi amor, aún más fuerte. ¡Cuántos hijos me ha dado Dios!...
Deben educar a sus hijos, pero sin limitar su formación y cultura a la sabiduría de este mundo. Ellos deben aprender, al mismo tiempo, la sabiduría divina y la verdad suprema. Deben aprender la ley de Dios y los mandamientos de Cristo, la devoción, a tener siempre presente a Dios y el correcto camino cristiano. Sólo así no se perderán en los desvíos de la sabiduría terrenal, sólo entonces pondrán en el lugar más alto la sabiduría cristiana, el conocimiento de Dios. De esta forma debemos educar a nuestros hijos.
Ustedes, como padres, darán cuentas a Dios de las cosas malas que ellos aprendan de ustedes, tanto por las discusiones que han presenciado, como por las palabras duras que les han escuchado decir. Si ustedes, padres, hacen estas cosas, ¿qué más podrían aprender sus hijos?
Desde pequeños deben empezar a educarlos, porque sólo entonces aprehenden con facilidad toda exhortación y consejo. El alma del niño es como una suave cera en la que queda grabada toda palabra —buena o mala— que ustedes pronuncien, así como las cosas buenas y malas que vean en ustedes.
“El tallo joven crecerá en la dirección que tú le des. De la misma manera, el olor que emana de una vasija nueva depende solamente de lo que pongas en ella, si perfume o desechos” (San Tikón de zadonsk)
La mamá, que es el ser más amado por el niño, fuente de afecto y ternura, debe orar frente al ícono de Cristo. Así, yendo con su mirada de su madre al ícono y viceversa, el pequeño no necesitará de mayores explicaciones sobre lo que está presenciando. Esta es la primera —y silenciosa— lección en el conocimiento de Dios. Esta es la primera y más importante lección de piedad. Esta es la clase de lecciones que pueden y deben ofrecer siempre a sus hijos.
No existe una tarea más grande que esta, ni un trabajo más santo, para la madre. De ello dará cuentas ante Dios, más que la otra educación ofrecida a sus hijos. A Dios tendrá que dar explicaciones si ha descuidado este deber. Luego vendrán los demás problemas y el llanto, cuando vea el camino que han tomado sus hijos.
Así pues, “no desprecien a ninguno de estos pequeños.” (Mateo 18, 10). Cuiden de sus hijos, sean para ellos ejemplo de una auténtica vida cristiana y la bendición del Señor estará con ustedes y sus hijos, por los siglos de los siglos.