Mantengamos la alegría de Cristo, esa que dura para siempre
Ayunen lo que puedan, hagan todas las postraciones que puedan, esfuércense velando, pero háganlo todo con felicidad. Es la alegría de nuestro Señor, ésa que nos ofrece una inalterable serenidad: una serena felicidad y una felíz serenidad. Es la felicidad plena de toda la gracia, que sobrepasa cualquier otra alegría.
Cristo es alegría, la verdadera luz, felicidad. Cristo es nuestra esperanza.
Nuestra relación con Cristo es, entonces, cariño, es amor, anhelo; es el deseo ardiente de lo divino. Cristo es todo, es nuestro cariño, nuestro amor. El amor de Cristo es uno que no puede perderse: de él brota la felicidad.
La felicidad es Cristo mismo. Es una alegría que te hace otra persona. Es una locura divina, pero en Cristo. Es un vino espiritual que te embriaga cual si fuera vino puro. Así como dice David, “Has ungido mi cabeza con aceite y Tu copa rebosas para mí” (Salmo 22, 5). El vino espiritual es puro, verdadero, fuerte, y cuando lo bebes, te embriaga. Esta embriaguez divina es el don de Dios y se da a los que son puros de corazón.
Ayunen lo que puedan, hagan todas las postraciones que puedan, esfuércense velando, pero háganlo todo con felicidad. Es la alegría de nuestro Señor, ésa que nos ofrece una inalterable serenidad: una serena felicidad y una felíz serenidad. Es la felicidad plena de toda la gracia, que sobrepasa cualquier otra alegría. Cristo desea esparcir Su felicidad y se alegra cuando enriquece con Su alegría a quienes creen. Oro porque nuestra alegría sea perfecta (I Juan 1, 4).
(Traducido de: Ne vorbeşte părintele Porfirie – Viaţa şi cuvintele, Traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumeniţa, 2003, pp. 165-166)