En una ocasión, partimos en peregrinación a un monasterio de la isla de Creta, y allí nos encontramos con un monje que había vivido por un tiempo en el Monte Athos con el anciano Porfirio. Después de saludarse, ambos empezaron a recordar las bondades de vivir en el Santo Monte y los prodigios que habían visto hacer a sus propios padres espirituales. Recuerdo que, en un momento dado, el padre Porfirio dijo que, algunas veces, cuando tenían que ir de un monasterio a otro, algunos de los ancianos se desplazaban flotando por el aire. “¡Qué lejos estamos nosotros de todo eso!”, suspiró el Abuelito (así solían llamar al padre Porfirio).

Un día, el padre me contó: “Cuando vivía en el Monte Athos, una vez entré a la iglesia, me senté en un rincón y empecé a orar. En aquel instante entró a la iglesia un monje que comenzó a hacer sus postraciones y a orar, sin darse cuenta de que yo también estaba ahí. Entonces pude ver cómo una espléndida luz lo inundaba por completo. ¡Oh, Señor, qué visión tan maravillosa! ¡Qué escena tan sobrecogedora!”.

(Traducido de: ANASTASIOS SOTIRIOS TZAVARAS, Amintiri despre Bătrânul Porfirie, Editura Bunavestire, Bacău, 1999)