Palabras de espiritualidad

No olvidemos que tenemos tanto derechos como obligaciones

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Tristemente, vivimos una época en la cual se habla mucho de “derechos”, refiriéndonos una y otra vez a los derechos que poseemos.

Los mandamientos de Dios son luz y nos guían a la luz. Asimismo, son llamados “preceptos” (como derechos) de Dios. Tristemente, vivimos una época en la cual se habla mucho de “derechos”, refiriéndonos una y otra vez a los derechos que poseemos. Parece que todos dijéramos: “Enséñame, Señor, mis preceptos”, “venga mi reino”, cuando la oración del profeta David es: “enséñame Tus preceptos”, y Cristo nos enseñó a orar con estas palabras: “Hágase Tu voluntad”, “venga Tu Reino”. Seguimos hablando de derechos.

Si leemos las ideas y la filosofía del Iluminismo, veremos que en el centro de todo eso se hallan los derechos del hombre. Desde luego, no negamos esos derechos, a los cuales, ciertamente, respetamos. El problema aparece cuando vemos solamente derechos, sin reconocer nuestras obligaciones y, especialmente, cuando no somos capaces de vivir este ethos kenótico, consistente en anular nuestra propia voluntad y ofrendarnos con alegría.

El deseo de satisfacer nuestros propios deseos da origen a una gran cantidad de conflictos en el seno de la familia y también a nivel social. Cada quien quiere ver sus derechos realizados. Sin embargo, cuando alguien decide actuar de forma distinta y, por una parte, renunciar a sus derechos, y, por otra, esforzarse en realizar los preceptos (derechos) de Dios, es decir, guardar la voluntad del Señor, el rumbo de su vida se transforma por completo y en su interior viene a morar la paz. Los preceptos, los derechos de Dios, Sus cosas, Sus testimonios y Sus mandamientos, todo eso es consecuencia del hecho de haber sido creados por Él.

(Traducido de: Ierotheos, Mitropolit al NafpaktosuluiIsihie și teologie – Calea tămăduirii omului în Biserica Ortodoxă, Editura Sophia, București, 2016, pp. 217-218)