Palabras de espiritualidad

Nuestra forma de comportarnos con los demás dice mucho de nosotros

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Examínate a ti mismo; sólo entonces te hallarás en paz con todos, cuando en tu alma haya paciencia, obediencia y amor.

Nuestro amoroso comportamiento para con los demás, así como las palabras de consuelo que ofrecemos a aquel que está triste, la defensa que hacemos de los oprimidos, nuestra lucha con los malos pensamientos, el esfuerzo que ponemos al orar, nuestra paciencia, nuestra misericordia, nuestra correctitud y cualquier otra virtud, son cosas que le agradan a Dios y traen a nuestra alma Su Gracia, que nos ayuda a enfrentar las inclemencias de la vida.

Si vives con otros, sírveles con devoción, como si lo hicieras con Dios mismo. Y, atención, no pidas amor a cambio de tu amor, ni agradecimiento por tu entrega, ni elogios por tu humildad.

No seas hosco y distante, sino que comportáte con inocencia, tal como lo hacen los niños pequeños. Cuando sea necesario, ayuda con alegría a tu semejante. Procura no herirlo tan siquiera con tu mirada; más bien ámalo con toda tu alma, porque su valor es inapreciable. Él también es un miembro de Cristo, por quien Él derramó Su sangre.

No intentes vengarte por las ofensas y sufrimientos que te provoquen otros. Al contrario, sé paciente y no busques la forma de hacer sufrir a nadie. Actuando así, ten la certeza que tu nombre aparecerá entre los de los santos, mismos “que están escritos en el Libro de la Vida" (Apocalipsis 21, 27).

Cada vez que caigas en desacuerdo con tu semejante, analízate primero a ti mismo. Cultivando el reproche a ti mismo, comprobarás siempre que la causa de esos malentendidos eres tú.

No te justifiques. Evita discutir. Compórtate con indulgencia con tu semejante, de acuerdo a su carácter y edad. Intenta, a toda costa, ser compasivo con todos los que te rodean.

Sé paciente, sin murmurar sobre el desagradable comportamiento de tu hermano, su indignación, su ira o aquellos actos que cometa sin pensar.

Cuando notes que en tu alma aparece algún sentimiento de antipatía en contra de tu semejante, apártalo inmediatamente. Esfuérzate en ayudarle y servirle, repitiendo esta oración: “Señor, salva a tu siervo (nombre) y con sus santas oraciones dale paz a mi alma”. Viendo tu buena disposición, el Señor no sólo arrancará de raíz aquella antipatía de tu alma, sino que también te otorgará Su santo amor.

Examínate a ti mismo; sólo entonces te hallarás en paz con todos, cuando en tu alma haya paciencia, obediencia y amor.

(Traducido de: Sfaturi duhovniceşti ale unui stareţ sfânt de la Optina, Editura Evanghelismos, p. 4-11)