Nuestra sociedad sufre porque se ha olvidado de orar
¡Intentemos conservar el sosiego de Cristo en nuestro interior! Porque, al fin y al cabo, toda nuestra agitación y todo lo que hacemos y decimos no debería tener otro propósito que “descansar” a Dios.
Que el comienzo de este período de ayuno nos ayude a renovar nuestra alma, para llenarnos de esa santa humildad que nos insta a amar lo bello, la libertad, la alegría, así como los ojos serenos y hermosos, no esos otros tan llenos de pecado y vilezas semejantes.
Hoy leímos la parábola del buen samaritano (homilía del domingo 16 de noviembrie de 2014), una de las más bellas y profundas del Evangelio. ¿Qué nos enseña este pasaje? No importa quién seas, es tu deber atender a tu semejante en su necesidad. Es tu deber ayudar al que sufre, sea material o espiritualmente. Debes estar dispuesto a curar sus heridas y preocuparte por él. Y no se trata de ayudarlo y después irte y olvidarlo. No, es tu deber volver al día siguiente. “Cuando vuelva, te pagaré”, le dice el buen samaritano al hombre a quien le encargó el cuidado de aquel herido. Esto es presencia, no olvido. No es que le haya pagado algo y se haya ido, diciéndose a sí mismo: “He hecho lo que he podido”, y después olvidando aquel episodio.
¿Soy paz, alegría y luz para mis semejantes?
Hagamos siempre lo que esté en nuestras posibilidades hacer, porque, actuando así, nuestra oración y nuestra presencia en la iglesia nos serán verdaderamente beneficiosas. Sólo así podremos orar mejor por los demás. Porque, finalmente, nuestra sociedad sufre de falta de oración; vive en el engaño y en el amor al dinero y los placeres, olvidando hacerse humilde. Nuestra sociedad, de hecho, ha olvidado completamente lo que es orar.
¡Intentemos conservar el sosiego de Cristo en nuestro interior! Porque, al fin y al cabo, toda nuestra agitación y todo lo que hacemos y decimos no debería tener otro propósito que “descansar” a Dios. Y si yo descanso a Dios, también yo descanso en Él y descanso a mi semejante. Me convierto, así, en paz, alegría y luz para mi prójimo. ¡Que nuestro Buen Dios nos ayude a entender y poner en práctica todo esto! (Archimandrita Melquisedec Velnic, del Monasterio Putna)