Nuestro anhelo de volver a casa
Con nuestra alma nos alzamos al Cielo, a donde ascendió nuestro Señor Jesucristo, nuestra cabeza. Allí queremos ir también nosotros, y suspiramos con esa esperanza.
En este mundo vemos que las personas se trasladan de un lado a otro, se mudan de una localidad a una distinta, de una ciudad a otra, de un país a otro diferente, llevándose consigo lo que les pertenece. Estas personas se llaman migrantes. Lo mismo pasa con los cristianos verdaderos, quienes tienen en sus corazones la fe viva, como un cirio, y parten de este mundo a la vida futura; aunque hayan nacido en el mundo, emigran a la Patria celestial. Sobre esto, San Pablo nos dice: “Nosotros somos ciudadanos del Cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador el Señor Jesucristo” (Filipenses 3, 20).
Nosotros vivimos en este mundo con nuestro cuerpo, pero con nuestra alma nos alzamos al Cielo, a donde ascendió nuestro Señor Jesucristo, nuestra cabeza. Allí queremos ir también nosotros, y suspiramos con esa esperanza, como miembros Suyos. Allí es donde mora nuestro Maestro, nuestro Señor Jesucristo. Allí es donde dirigimos la mirada y lo buscamos. Y Él nos atrae a Su lado, porque somos Suyos. Allí es nuestra Patria, nuestra casa, nuestra heredad, nuestra hacienda entera, nuestra riqueza, nuesro honor y nuestro consuelo, nuestra alegría y toda nuestra felicidad. En este mundo no buscamos sino lo absolutamente necesario.
(Traducido de: Sfântul Tihon din Zadonsk, Comoară duhovnicească din lume adunată, traducere de rasofora Domnica Țalea, Editura Egumenița, Galați, 2008, p. 485)