Nuestro deber de ser humildes
“Sed mansos y humildes de corazón como lo soy Yo”, dijo nuestro Señor Jesucristo. ¿Quién de entre los santos podría haber dicho algo tan hermoso? ¡Nadie! Porque nadie fue tan virtuoso y humilde como nuestro Señor Jesucristo.
Debido a que nuestra mente es limitada, no podemos abarcar todo lo que es divino. Sabemos que incluso San Pedro erró, a pesar de ser el más cercano a nuestro Señor Jesucristo. Él también estuvo presente en la Transfiguración. En aquel momento solo Jacobo, Juan y Pedro vieron el milagro en el Tabor. Eran los más cercanos al Señor y, sin embargo, también ellos, como hombres, en algún momento se mostraron débiles. No todo el tiempo fueron capaces de demostrar su fidelidad al Maestro.
El hombre es débil. Fácilmente tropieza, y por eso Dios le da la ocasión de humillarse. Porque la humildad es el cimiento de la vida cristiana. La humildad con el amor. Pero un amor sin humildad no se puede concebir desde el punto de vista cristiano. El mayor amor a Dios y a los hombres tiene como fundamento la humildad. “Sed mansos y humildes de corazón como lo soy Yo”, dijo nuestro Señor Jesucristo. ¿Quién de entre los santos podría haber dicho algo tan hermoso? ¡Nadie! Porque nadie fue tan virtuoso y humilde como nuestro Señor Jesucristo
Hubo santos y los sigue habiendo, pero nadie ha alcanzdo semejante nivel. Incluso San Siluano el Athonito le confesó a San Sofronio: “Me hice humilde, sí, pero, con todo, en ningún momento podría haber alcanzado el nivel de la humildad de Cristo”.
(Traducido de la transcripción de una entrevista realizada para TRINITAS con el padre Simeón Zaharia en abril de 2016)