“¡Oh, Dios, ayuda!” ¡Pero también tú, hombre, no esperes de brazos cruzados!
La ayuda del Señor viene como respuesta a nuestros esfuerzos y, uniéndoseles, los hace más fuertes. Si no existe esa perseverancia, la ayuda de Dios no tiene en dónde descender, y por eso no lo hace.
La ayuda del Señor viene como respuesta a nuestros esfuerzos y, uniéndoseles, los hace más fuertes.
Si no existe esa perseverancia, la ayuda de Dios no tiene en dónde descender, y por eso no lo hace. Pero, una vez más, si lo que hay en tí es tan sólo auto-confianza y, en consecuencia, la ausencia del sentimiento de que necesitas ser ayudado, el auxilio de Dios no desciende. ¿Cómo descender allí donde no es considerado necesario? Y cuando esto sucede, el hombre no tiene con qué recibir la ayuda de Dios, porque ésta se recibe con el corazón, y el corazón se abre para recibir este auxilio cuando siente que lo necesita. Así, es necesario tener esperanza en Dios, pero también esforzarse. “¡Oh, Dios, ayuda!” ¡Pero también tú, hombre, no esperes de brazos cruzados!
(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Tâlcuiri din Sfânta Scriptură pentru fiecare zi din an, Traducere din limba rusă de Adrian şi Xenia Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, 2011, p. 14)